sábado, 2 de octubre de 2010

A correr

 ¡Vaya susto!


Era una tarde de sábado del mes de Septiembre, cuando aún estaba abierta la media veda, y de esto hará unos 45 años. Aún no tenía yo licencia de caza, pero cogí la escopeta de mi padre, de un solo caño y, junto con Manolo, nos subimos al pico de la Cabeza a buscar codornices. Sin perro y sin experiencia: pues a pasar la tarde. Ni una. Pero era un buen sitio si había que camuflarse para esquivar algún “peligro”. Al llegar al borde de la cuesta de la Matilla, nos dimos cuenta de que había un grupo cazando conejos por el cerrillo Molar. Por la voz conocimos alguno de ellos. Nosotros seguimos buscando codornices y, a última hora de la tarde, nos encontramos con nuestro tío Aquilino que se había hecho una espera. Ya se había puesto el sol y caminábamos hacia el pico de la Cabeza, para bajar por la senda de la cueva del cabrero, tratando de evitar cualquier “peligro” (el mismo peligro de antes). Cuando íbamos andando por el camino escuchamos que delante de nosotros y muy cerca, estaban hablando los que antes habíamos visto cazando conejos, que también trataban de evitar los mismos peligros que nosotros.
Urdimos un plan consistente en que cuando asomáramos de una curva que hacía el camino, solo se vieran dos siluetas, por lo que uno de los tres nos pusimos detrás de otro. Caminábamos en dirección al pico de la Cabeza, por lo que nosotros, con respecto al grupo, que estaban sentados en la orilla del camino, aparecíamos hacia el Noroeste y en el ocaso del día aún se veían perfectamente las siluetas, que pretendíamos interpretaran que era la pareja de la Guardia Civil.
Estaban hablando, en cierta medida, despreocupadamente, hasta que aparecieron las dos siluetas, momento en el que, como si alguien los hubiera empujado con un resorte, pero todos a la vez y sin que nadie diera la voz de alarma, echaron a correr la cuesta abajo, sin llamarse entre ellos, no decían nada, supongo que para que la “Guardia Civil” no los pudiera identificar. Nosotros, mientras conteníamos la risa como podíamos, solo oíamos piedras rodando, el roce en las matas que hacían un ruido espantoso, aquello parecía una estampida de búfalos, uno o dos perros que, también asustados, nos ladraban y cómo alguno de ellos silbaba a los perros, llamándolos, tampoco me cabe la menor duda que, para que no se acercan a la “Guardia Civil” y los pudieran identificar y con ellos a sus amos.
Había algún peligro para su integridad física, por que en el punto en que echaron a correr, en vertical, se podían encontrar con algún risco que podía provocar que alguno cayera al vacío. Suponíamos que, por ser del pueblo, conocían bien el terreno, pero es que después supimos que en la cuadrilla había algún forastero y todavía no me explico como no hubo alguna desgracia.
Cuando un rato después fuimos al bar, donde se suponía que los íbamos a encontrar, allí estaban algunos, pero nadie mencionaba el suceso. Llegaban uno a uno o en pareja, pero ni entre ellos se hablaba del caso. Recuerdo que cuando llegó Ángel, le preguntamos de donde venía y nos dijo que había estado toda la tarde en Jadraque. Luego supimos que había atravesado toda la vega para subir por el Casquerillo y dejar la escopeta en su cocedero, antes de entrar al pueblo por el camino de las Cabezuelas. Ángel, con lo “ligero” que era, me lo imagino bajando por la cuesta, tocando el suelo siquiera con la punta de los pies y estoy seguro que sería el primero en llegar abajo. Algún otro supongo que bajaría mitad corriendo, mitad apoyado en su trasero para evitar caerse y pensando, si es que le daba tiempo a pensar algo, que mucho tenía que correr el guardia y muy hábil tenía que ser, para que le pudiera echar mano.
En fin, “Ofito” ya no está entre nosotros; pero Enrique, Ángel y Emilio (había más pero ahora no los recuerdo), pueden dar testimonio de ello, más que nada, para que no se diga que los cazadores mentimos.