viernes, 23 de diciembre de 2011

Recuerdo de mis abuelos

De mi abuela materna, mi abuela Feliciana, tengo muy vagos recuerdos, pues murió cuando yo tenía 7 años. Recuerdo tres detalles, dos muy tiernos, como que a mis cortos años, yo aún no podía saltar el arroyo que transcurría por el centro de la calle, dividiéndola en dos mitades y ella me pasaba de un lado al otro del arroyo cuando mi primo Marcelino, hijo de mi tío Clemente, más o menos de mi misma edad, me quería pegar y él tenía que correr hasta el puente para pasar al otro lado, momento en el que mi abuela me volvía a pasar el arroyo y mi primo tenía que volver a ir hasta el puente. Otro detalle que recuerdo es que nos preparaba unas pipas de calabaza fritas que estaban muy ricas. Pero sobre todo, aún la veo de cuerpo presente. Probablemente sería el primer cadáver que presencié y me dejó marcado.

De mi abuelo Fausto recuerdo algo más. Conviví con él hasta los 16 años y, además, fuimos colegas en las faenas de cavar, podar e injertar las viñas. Mi abuelo Fausto era un fumador empedernido y también le gustaba, quizás en exceso, “empinar el codo”; sobre todo cuando se juntaba a merendar, y era con demasiada frecuencia, con su amigo Feliciano, a dar buena cuenta de los conejos escabechados que preparaba el Feliciano después de cazarlos con lazo.

Lo del fumar era toda una parsimoniosa ceremonia, al menos así la recuerdo yo: se sentaba en una silla si estaba en casa y en una piedra ó en el suelo si estaba en el campo; del bolsillo superior de la chaqueta de pana sacaba el “librillo” del que extraía un papelillo que se sujetaba con los labios; sacaba la petaca, de un bolsillo lateral, donde guardaba el tabaco picado de un cuarterón; se echaba una porción, ya calculada, en la mano; tomaba el papelillo, con el borde engomado por la parte de adentro y en el lado superior; extendía longitudinalmente el tabaco y empezaba una larga maniobra de liar y desliar el cigarro hasta que éste quedaba uniforme en su grosor y dureza; pasaba la lengua por la gomina de pegar y por una extremidad  del pitillo, la que destinaba a la boca y en el otro extremo doblaba ligeramente el papel para que no se cayera ninguna hebra de tabaco.

La segunda parte era el encendido del pitillo. Se colocaba el cigarro en la boca y del otro bolsillo lateral de la chaqueta sacaba el mechero, que algunas veces podía tener casi medio metro de mecha, giraba la mecha en el canutillo del mechero, haciendo un poco de presión para que saliera por la parte superior; una vez la mecha fuera del canutillo, cogía el mechero con una mano presionando ese extremo de la mecha con el dedo pulgar y con la palma abierta de la otra mano daba un golpe de arriba abajo, haciendo girar la rueda, algo dentada, del mechero y ésta, al rozar sobre la “piedra” hacía saltar chispas que prendían, algunas veces muy ligeramente, en la mecha. Entonces se cogía el pitillo de la boca y soplaba para darle viveza a la parte encendida, daba unas bocanadas con fuerza, yo diría que hasta con ansia, metiéndose el humo hasta los tobillos y después de un larguísimo rato volvía a salir el humo por la nariz, por la boca y hasta por las orejas. En los últimos años de su vida, cuando el pulso no le permitía liar los cigarros y, aunque supongo que con menos destreza y mucho más esfuerzo, yo aprendí a liárselos. Terminó fumando el “caldo de gallina” que ya se compraba liado.

Las “colillas”, ya que eran sin boquilla, las apagaba? y las guardaba en el bolsillo para, cuando había cantidad suficiente, aprovecharlas para un cigarro. Más de una vez quemó la chaqueta por meterlas sin apagar del todo.

Sobre mis abuelos paternos, por haber convivido menos con ellos, tengo menos anécdotas. A mi abuela Heliodora la recuerdo siempre delicada de salud, saliendo muy poco de casa por sus problemas visuales, y unas rosquillas y magdalenas que hacía que estaban muy buenas. Bueno, nunca supe con certeza si las hacía ella o mi tía María.

En cuanto a mi abuelo Manuel, con un físico grandote y bonachón, lo recuerdo, sobre todo, trillando en la era de detrás de donde vivían. Esas tardes tan monótonas yo montado en el trillo sesteando, hasta las mulas pareciera que se quedaban dormidas, mientras él le daba la vuelta a la parva. Cuando terminaba y se subía al trillo, las mulas detectaban que había subido al trillo un hombre por el mayor peso de arrastre, además, acompañaba con un juramento tremendo. Gritaba: “mecagüen” los coches de los señoritos y las mulas ponían la quinta marcha.

Aparte del mote de cada uno de ellos: “salero” para el primero y “artillero” para el segundo, otra cosa que recuerdo, tanto de los abuelos maternos como paternos, es la Nochebuena que después de cenar nos llevaba mi padre tocando la pandereta, la zambomba, el almirez y una botella de anís, a cantar algún villancico y a pedir el aguinaldo, y el día de Reyes, cuando pasábamos a recoger los regalos. Indistintamente en cada una de las dos casas los Reyes nos echaban castañas, nueces, turrón, mandarinas y algunas monedas. Monedas, monedas… Estoy hablando de “perra gorda” (10 céntimos de peseta) y “perra chica” (5 céntimos de peseta).

domingo, 11 de diciembre de 2011

EL DIA DE LA MATANZA

Una gran fiesta familiar. Podía ser Diciembre, Enero, Febrero y hasta Marzo, dependiendo de algunas “pequeñas” cosas: de la necesidad que pudiera haber en la casa de los recursos de la matanza, de la escasez de pienso para seguir manteniendo el cerdo, de que éste ya hubiera alcanzado el peso ideal, etc. También se procuraba que fueran días secos, con fuertes heladas, para que la matanza se oreara bien sin peligro del moho.

La víspera ya se hacía acopio de las cosas más elementales como un buen montón de aliagas para que la lumbre estuviera “viva” y poder calentar el agua para pelar el cochino; afilar los cuchillos, para facilitar el trabajo; preparar las “cucharas”, unos útiles muy curiosos para “pelar” el cerdo.

Era una faena que había que hacer muy a primera hora de la mañana. Se encendía la lumbre y se atizaba sin parar para que el agua hirviera. Simultáneamente se concentraban los familiares: los tíos, para ayudar en la faena de sacrificar el cerdo.

Normalmente se traía el cerdo andando por sus propios medios hasta donde se tenía preparada la “gamella”; el matarife, jefe de la cuadrilla, le echaba el gancho por debajo del hocico y en ese mismo momento se abalanzaban todos sobre el cerdo, un hombre a cada pata y yo al rabo, se tumbaba sobre la gamella puesta bocabajo y se le clavaba el cuchillo, recogiendo la sangre en un cubo o barreño. Cuando el animal expiraba, una vez se había quedado sin sangre, se echaba al suelo para darle la vuelta a la gamella, se metía el cerdo en ella, normalmente con la panza hacia abajo y se le cubría de agua hirviendo; se le daban unas vueltas con una soga puesta previamente por debajo de su cuerpo y en unos instantes ya se podía iniciar la faena de pelar todo el cuerpo del cerdo. Después se le ponía panzarriba, ya fuera del agua y sujetándolo de las cuatro patas se le abría en dos cortes longitudinales, se le quitaba la parte de las tetillas (el alma), se le abrían las mantecas y ya estaba en condiciones de colgarlo para extraerle todo el “mondongo”.  Ya sin las tripas se le dejaba colgado para que se oreara hasta la mañana siguiente.

Esta faena normalmente la realizaban los hombres; solo intervenía una mujer cuya función era la de agitar la sangre para que no cuajara.

Las mujeres, mientras tanto, iban preparando el almuerzo que, generalmente, consistía en una gran caldera de migas y, de segundo, los torreznos que se sacaban, precisamente de la parte de las tetillas que se le había quitado al cerdo (se cometía una cierta imprudencia, pues estos torreznos se comían antes de que el veterinario hiciera los análisis oportunos de la carne del cerdo), bien fritos, bien cargados de ajos y con una buena chorretada de vinagre.

Después, las mujeres, lavaban todas las tripas del cerdo, acondicionándolas para, con las más gruesas embutir las morcillas y con el resto el chorizo: longanizas y güeñas.

Entre matar el cerdo y almorzar, se pasaba toda la mañana. El resto del día, aparte de las faenas cotidianas como  cuidar el ganado, se empleaba en traer a la casa alguna carga de leña y, cosa muy importante, tratar de cazar alguna liebre (pocas veces se fallaba), que formaba parte del guiso para cenar y cuyo caldo era la base para hacer el morteruelo. Mientras, en la casa, las mujeres iban preparando la cena que resultaba ser el momento de concentración familiar.

La cena podía consistir en un caldo, que hasta podía ser el de las morcillas y un plato “ligero”; el que resultaba de un puchero donde se cocían garbanzos; la carne de una gallina; la liebre, si se conseguía cazar; la asadura, de la que algunas partes iban a las güeñas y otras al morteruelo; carne de oveja, más  todo lo que no me acuerdo. Con el caldo de este puchero y el hígado rallado se hacía el morteruelo (que cosa más rica).

Para hacer la digestión de esta cena, en la que no podía faltar el vino, se tomaban unas copas de aguardiente y,  el remate lógico era una reñidísima partida de cartas: la brisca. Entre robar y matar se hacían las tantas de la madrugada.



El día después del día de la matanza.



El segundo día solía empezar haciéndose el pesaje del cerdo en canal, después se le tendía sobre una manta y se descuartizaba, separando las distintas partes del cerdo: las costillas, el espinazo, los lomos, los jamones, las paletillas, la careta, las orejas. La cabeza se solía partir de un hachazo para extraer los sesos del cerdo (que cosa más rica).

Había un detalle que no dejaba de tener su importancia: las magras ó “somarrillo” que se asaban directamente sobre las ascuas del fuego, en el mismo momento de descuartizar el cerdo y que tan solo con añadirles unos granos de sal resultaban un manjar exquisito (que cosa más rica).

Con las partes magras, es decir lo de mejor calidad, se hacían las longanizas y con partes de panceta y algo de la asadura: la “pajarilla”, el “cuajo”, se hacían las güeñas. Todo esto se picaba, se sazonaba, con especias varias (aquí cada casa tenía sus preferencias dándole su toque personal) y se embutía en las tripas del cerdo una vez limpias (yo recuerdo cuando aún se hacía a mano, llenando la tripa de carne picada valiéndose de un embudo). Los lomos también se sazonaban, como los espinazos, los jamones, los costillares y todo se colgaba en unas varas que pendían de unos ganchos en el techo de la cocina, donde las morcillas ya llevaban unos días y se tenían aproximadamente una semana o diez días, dependiendo de la climatología. Lo más cercano al fuego serían las longanizas, ya que el humo del hogar también formaba parte del ramillete de sabores de la longaniza. Tanto las longanizas, como los lomos y las costillas se guardaban en ollas de barro, después de pasarlas por la sartén, vuelta y vuelta, hasta el momento de su consumo (¡ay, que cosa más rica!).

No me olvido de otros manjares como las judías blancas con patas de cerdo, o con oreja, o con careta, ¿y los torreznos?, tan socorridos en la alimentación rural. Pero mi debilidad, porque esto es una debilidad, es la lengua. Mira, una lengua bien sazonada, bien curada, muy dura, cortada en lonchas finas, no hay nada a lo que mi paladar pueda estar más agradecido. El vino lo pongo yo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

ALFRIÑÍO, ARREPOLLINAR, CIRIATE O CIRATE

Bueno, hemos conseguido dar contestación, creo que correcta, a las tres palabras propuestas por Alfredo/Laura.

ALFRIÑÍO.- Mezcla de pienso que se hacía para que comieran los cerdos, consistente en un revuelto de cebada molida, salbado, etc.

ARREPOLLINAR.- En Castejón se empleaba para definir una labor que consistía en resguardar la planta con tierra fresca del hondo del surco al excavar con la azada, engordando el caballón. Por ejemplo al excavar los tomates, las berzas, etc. Quizás en una expresión más amplia, binar la tierra. Dar segunda labor a las tierras, en particular a las viñas
a) Una consulta hecha a alguien, Alfredo, creo que asturiano, que empleaba la palabra“arrepollinar”, la contestación ha sido :
-A veces, nos inventamos palabros, y arrepollinar es una de ellas. Posiblemente no lo encuentres en ningún sitio. Yo defino este  vocablo como un compuesto de arre y pollino. Arre; estímulo para las bestias. Pollino; asno joven y cerril. Es decir: arrepollinar sería un verbo para designar el burro de carga que se ve obligado a transportar algo con esfuerzo. Eso era lo que hacíamos los chicos con los colchones; arrepollinar. En cristiano, acarrear, transportar, llevar, portear, trasladar.
b) Otra consulta hecha a otro blog que empleaba la palabra arrepollinar, allá por el 2009, ha dado el fruto más interesante desde el punto de vista gramatical. Me dice :
No sabía que “arrepollinar” no saliera en el diccionario, ¿quizás sea un canarismo? “arrepollinar”, o más comúnmente “arrepollinarse” significa encogerse sobre uno y quedarse en un sillón, apalancarse; aunque en esta situación concreta lo utilizo como sinónimo de acomodarse en casa y estudiar.
c) Una tercera consulta a otro blog donde aparecía la palabra “arrepollinar”, no la he podido verificar por estar actualmente cancelado. Ahora bien, parece que queda clara su definición, pues la expresión escrita es : “y me pude arrepollinar en el sofá”. Similar a la b).
d) Aquí está la prueba definitiva, que viene a ratificar  la b) y la c), la que yo tomo como buena. La b) ya dice algo en la pregunta ¿quizás sea un canarismo?, lo que denota que quizás la persona que contesta sea de la Comunidad Canaria, aunque está claro que en Castejón se le daba otro significado.
Esta prueba es la siguiente: El verbo arrepollinar lo recoge el INSTITUTO DE VERBOLOGÍA HISPÁNICA y este Instituto solo recoge los verbos que son de uso exclusivo en Canarias.

CIRIATE.- Emilio aporta lo siguiente respecto a “ciriate”: que podría ser una deformación de cirate (también llamado acirate), ya que de las siguientes definiciones, la 1 y la 2 se ajustan a lo que en Castejón (creo yo) definíamos como ciriate.
Cirate = Acirate.
(Del ár. hisp. assira, este del ár. clás. irā o sirā, este del arameo isā, y este del lat. strāta, calzada, vía).
1. m. Loma que se hace en las heredades y sirve de lindero.
2. m. Caballón (Lomo que se levanta con la azada para formar y dividir las eras de las huertas para plantar las hortalizas o aporcarlas.)
3. m. Senda que separa dos hileras de árboles en un paseo.

lunes, 28 de noviembre de 2011

A VUELTAS CON EL CASTEJONÉS

Otro entretenimiento de Emilio, con su característico toque personal de humor.


El castejonés (lengua particular de los habitantes de Castejón, de hace unos años) tenía expresiones que aún hoy día se utilizan y otras que ya se han perdido. A veces, se trata de palabras existentes pero que dichas por un habitante de Castejón pueden adquirir un significado particular.

Ahívala (o “ahí va la”, que no sé si habría que escribirlo junto o separado).- Esta expresión es una advertencia de que algo o alguien va. Puede ser hacia ti, por ejemplo cuando alguien te echa una piedra y te avisa para que la cojas o para que te apartes. También puede ser para avisarte de que pasa una moza de buen ver por las proximidades. O si estás de caza y el compañero te avisa de que una liebre va hacia donde tú te encuentras. Si fuera conejo la expresión sería “ahívalo”, en masculino, naturalmente.

Ahiva de ahí (o “aiba de ahí”, que al no estar en el diccionario cualquier forma vale).- Si en Castejón te dicen esto, quiere decir que donde estás estorbas, que te quites de en medio.

Estate.- Segunda persona del modo imperativo del verbo reflexivo “estarse”. Generalmente se acompaña de otra palabra que le da sentido (estate quieto, estate ahí, etc.). Pero si alguien de Castejón te dice “estate”, sin más, pero con cierto tonillo burlón, ya puedes mover el trasero porque eso significa que algo malo pasa si te quedas donde estás. Y si la palabra se repite con cierta rapidez (“estate, estate”), ya puedes correr, porque quiere decir que el dueño del huerto donde estás cogiendo las peras, se encuentra a menos de 100 m. y viene ligero).

No te estés.- Segunda persona del presente de subjuntivo de la forma negativa del verbo estarse.
Si en Castejón te decían en casa que te acercaras a casa de la Eufemia o del Valentín (que era la misma) a por una lata de chicharrillos en aceite, pongo por caso, y cuando ya salías por la puerta añadían: -y “no te estés”, lo que te estaban diciendo es que el encargo corría prisa. Que volvieras rápido. Que no te quedaras un rato mirando como jugaban a la brisca, o tomándote una cervecita.
Nota.- Un tiempo antes también te podían mandar a casa del Emiliano.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Asistencia a un parto

Algunos partos de ovejas tuve que asistir en mis años de pastor, cuando todavía era un crío. Se trataba sobretodo de tener cuidado que en el transcurso del parto el cordero no sufriera ningún daño físico y de ayudar a la oveja si se presentaba alguna dificultad en el mismo, derivada de la postura que la cría pudiera presentar al nacer.
Los primeros síntomas del parto, después de cinco meses de gestación, aparecían en la oveja unas horas antes, cuando ya se apreciaba una caída de los ijares, después se observaba que la oveja pastaba normalmente en la parte trasera del rebaño, más tarde el animal se quedaba parada, sin comer, solo rumiando, para seguir buscando algún resguardo en las matas o majanos y terminar tumbándose con las patas traseras ligeramente estiradas.
En los primeros momentos del parto, aunque rezagada del resto, no se quedaba tumbada y si el rebaño se desplazaba deprisa tenía alguna dificultad hasta romper aguas. Llegado este momento ya, normalmente, no seguía al rebaño y se quedaba hasta que terminaba de parir.
Si el cordero venía en su posición normal, lo primero que aparecía eran las pezuñas de las patas delanteras y el morro. Hasta conseguir sacar la cabeza resultaba la mayor dificultad y la mayoría de las veces hasta era bueno ayudarle un poco a la oveja, que si no era muy arisca se dejaba de buen grado.
Una vez la cabeza del cordero ya había salido, y sobre todo si la oveja había tenido que hacer muchos esfuerzos, resultaba el momento más delicado para la cría. Había que quitarle la telilla de la placenta del hocico para facilitarle la respiración, pues la madre aún no podía lamerlo para quitárselo ella. En este momento la oveja tenía tendencia a levantarse, algunas veces porque les parecía que ya habían parido, lamían donde habían roto aguas y hasta se desplazaban tratando de incorporarse al rebaño. Cuando se tumbaban nuevamente para terminar de parir, primero doblando las patas delanteras y después dejando caer la parte trasera de su cuerpo, había que tener mucho cuidado porque al tumbarse podía doblar la cabeza del cordero que colgaba y aplastarla provocando la asfixia de la cría.
Después todo era más fácil, aprovechando los momentos en que la oveja hacía fuerza para empujarlo hacia afuera, si tirabas muy levemente de las manos y la cabeza, con mucho cuidado para no hacerle ningún daño al corderillo, este terminaba de nacer en un pispás.
La madre, en cuanto terminaba de parirlo, se levantaba y comenzaba a lamer todo el cuerpo del recién nacido, comiéndose la placenta que le cubría, hasta dejarlo seco y limpio. Con la boca también se las arreglaba para cortar el cordón umbilical y cicatrizar, con la lengua, la pequeña hemorragia que se producía. Antes de terminar esta labor, el cordero ya estaba haciendo por levantarse y, después de los primero intentos trastabillándose y algunas caídas, en cuanto conseguía mantenerse de pie a duras penas, se agarraba a la tetilla de la ubre y en   pocos minutos ya estaba en condiciones de retozar, por lo menos de intentarlo.
Muchas más dificultades se presentaban cuando el cordero venía con las patas delanteras hacia atrás, que a la dificultad de sacar la cabeza le seguía otra dificultad mayor para conseguir que saliera el cuerpo, pues la parte del pecho, con esa postura, era más difícil de sacar. Una vez pasada esta dificultad, el resto era más fácil.
Aún había una postura mucho más complicada y que se presentaba muy raras veces, que a mi no se me llegó a dar el caso, pero a Manolo sí y era que el cordero viniera de culo. Manolo en alguna ocasión tuvo que valerse, con sus 15 ó 16 años, de “sus estudios de comadrona” y de su instinto y empeño en sacar adelante una cría de oveja, que a fin de cuentas era la renta por la que se trabajaba. La “técnica”, según me ha contado alguna vez, consistía en que, una vez que se observaba la postura del cordero, con la mano y  mucho tacto, hacer girar el cordero dentro de la barriga de la madre, hasta colocarlo en la buena posición.
 Había ovejas que después de parir presentaban más dificultades. Aunque eran muy pocos casos, algunas veces ocurría que la oveja, sobre todo si era primeriza, no tenía el instinto materno desarrollado y aborrecía al recién nacido. En estos casos había que quitar la placenta del recién nacido y sujetar la oveja para que el corderillo pudiera mamar de la ubre de su madre. Normalmente en pocos días se conseguía corregir esa anomalía en la conducta de la oveja y terminaba por buscar y amamantar ella sola a su cría.
En otras ocasiones, cuando ibas por la mañana al corral, te podías encontrar con que un cordero nacido esa noche estaba muerto. En estos casos y para aprovechar la leche de la oveja, le ponías a amamantar otro cordero de una oveja que hubiera tenido parto doble, que hubiera parido dos. Había veces en que la oveja llegaba a adoptarlo y terminaba buscándolo como si fuera el propio.
Después de estar todo el día pastando por el campo, cuando al anochecer llegabas con las ovejas al corral y soltabas los corderos para que los amamantaran, beee, baaa, beee, baaa (la letra siempre las mismas pero el tono era característico de cada individuo), nunca me he explicado como, entre más de un centenar de ovejas y más de un centenar de corderos, eran capaces de encontrarse, en un espacio de tiempo tan corto, “cada oveja con su pareja”

miércoles, 16 de noviembre de 2011

LA RICA MAGDALENA

 
Hoy traigo una receta muy especial. Se trata de una receta de MAGDALENAS, escrita por Heliodora (mi abuela paterna) y que tiene fecha del 1 de Mayo de 1954.
Mi abuela Heliodora murió el 6 de Julio de 1965, 9 días después de morir su marido, mi abuelo Manuel.


                                              

domingo, 13 de noviembre de 2011

EL JUEGO DE LAS PALABRAS (sigue)

Bueno, parece que van habiendo contestaciones (no seré yo quien las califique), pero Laura de una tacada ha contestado siete y, además, propone tres nuevas palabras (por cierto, Laura, no nos estarás insultando. Que suenan muy mal).
De las propuestas queda una de la que nadie dice nada, Ni bueno, ni malo: granza
Recopilo lo anterior y agrego seis más:

granza, ciriate, arrepollinar, alfriñio, albarda, basar, arvelar, vertedera, sahariana, atroje

miércoles, 9 de noviembre de 2011

DEMASIADAS RAZONES PARA NO VOTAR

El próximo día 20 tenemos una cita que debería ser importante. Es importante, pero debería ser mucho más. Realmente solo se dilucida el reparto de votos, que tiene su importancia, pero los votantes, desgraciadamente, solo podemos aportar eso, el número de votos que deciden quién nos gobierna y quién está en la oposición. A partir de ahí unos y otros hacen con nuestros votos lo que les da la gana, que normalmente no suele coincidir con lo que nos interesa a los votantes, pero a los votantes de cualquier opción.
En estas próximas elecciones se votará, más que para que gane un partido, para que no gane el otro y esta, creo, es una forma de activar al perezoso o al indeciso.

No invita a ir a votar la Ley Electoral, injusta la mires por donde la mires. Primero favorece a los dos grandes partidos en detrimento del resto de formaciones políticas, menos los Partidos Nacionalistas, y, como ejemplo, sirva un botón. En la actual legislatura que termina, una coalición como IU tiene 2 escaño habiendo sacado 963.040 votos, que viene a ser el 3,80% del total, y un PNV tiene 6 escaños habiendo sacado 303.246 votos, que viene a ser el 1,20%. Es decir que el PNV con un tercio de votos de IU multiplica por 3 su número de escaños. Al tener las circunscripciones por provincias el PNV se presenta solamente en tres, que es donde tiene la concentración de votos, mientras que IU los tiene dispersos por toda la geografía española. El resultado no deja de ser injusto. Probablemente esto se podría corregir considerando España una circunscripción única.
 La Ley D´Hont, que es la que se aplica, no es lo más justo (quizá sea muy cómoda, eso si). Aquí el reparto de votos debería de ser porcentual: Un partido saca el 40% de los votos, se le adjudica el 40% de los escaños; Otro partido saca el 5% de los votos, se le adjudica el 5% de los escaños.

No invita a ir a votar la corrupción, extendida por toda la geografía política, salvo muy honrosas excepciones, no tanto a nivel del individuo, sino a nivel de los partidos. Y no me sirve aquello de “tu más”. Es una vergüenza el nivel de corrupción al que se ha llegado. Pero no solo corrupción en cuanto a la apropiación de dinero público; también las influencias, el amiguismo, el trato de favor.

No invita a ir a votar el tan cacareado Estado de Derecho, que yo no lo veo por ninguna parte por mucho que miro. Pero cómo va a haber la tan tradicional separación de poderes públicos si votamos para el Legislativo y del Legislativo sale también el Ejecutivo, ¿o es al revés? Y entre el Ejecutivo y el Legislativo nombran casi la totalidad del Judicial. ¿pero esto qué es? Y nos tenemos que tragar lo del Estado de Derecho como si fuéramos tontitos. ¿Alguien conoce alguna sentencia a favor de particulares en un enfrentamiento con cualquier institución o poder públicos?

No invita a ir a votar los privilegios de los políticos, por mucho que se empeñen en que todos somos iguales ante la ley. No, no somos iguales ante la Ley. Podría valer, como muestra, un botón. Yo he tenido que trabajar 50 años (bueno, si no les importa, algo más) para tener derecho a una pensión … (la voy a dejar sin calificativo) y los señores diputados se han otorgado el privilegio de que con 7 años de diputados tienen derecho a la jubilación permanente. Fijaros que son 7 años, ni dos legislaturas, no sea que en una de estas legislaturas se adelanten las elecciones y se queden cortos. ¡Pero qué listos son! No, no inteligentes, que también, pero son unos listos.

No invita a ir a votar la impunidad de los políticos, hagan lo que hagan. Como en política todo vale, como el dinero público no es de nadie, como han sido elegidos democráticamente, o eso dicen, pues no importa que hayan estafado, no importa que hayan tomado decisiones equivocadas a sabiendas, no importa quien se haya beneficiado de estas decisiones. El final es conocido. Todos se van de rositas. A disfrutar.

Así las cosas, el próximo año 2012, España tendrá que financiase una deuda de 300.000 millones de Euros. Es decir, si nos quisiéramos (y pudiéramos) quitar la deuda en el año 2012, tendríamos que pagar 822 millones de Euros cada día. Pero hay otra cosa: esos 300.000 millones de Euros, según está la prima de riesgo, tendrán unos tipos de intereses próximos al 6%, es decir: unos 18.000 millones de Euros, lo que quiere decir que solo de intereses pagaremos unos 50 millones de Euros al día.
Y del paro ¿Qué decir? Según algunos expertos, si en España, para contabilizar el paro, se emplearan los indicadores que se emplean en U.S.A., se diría que España, actualmente, está en un 25% de parados. No se creará empleo hasta que la economía no crezca por encima del 2% y actualmente la economía en España está en un crecimiento, más o menos, “cero” o negativo.
Menudo porvenir el nuestro. Entre la deuda y el paro, con 1.400.000 familias sin ningún ingreso. Si alguien, pero no uno, ni dos: muchos, y no quiero señalar, tuvieran vergüenza, estarían escondidos no se sabe donde. Pero siguen dándonos el coñazo y seguirán mientras seamos tan dóciles como corderitos. Es nuestro sino seguir de culo por la vida.

sábado, 29 de octubre de 2011

¡A JUGAR!

Nueva entrada de Emilio que sí parece que se ha tomado en serio "el juego de palabras". No como otros.
El estudio que haces de esa palabra es (como se diría en "castejonés") co-jo-nu-do.


                                                          EL JUEGO DE LAS PALABRAS

   No parece que el juego “de palabras” propuesto por Paco haya despertado el interés o la curiosidad de la masa. A mí sin embargo me llama la atención y por eso voy a participar en él con esta pequeña aportación.

   Cuando yo era un crío y pasaba los veranos en Castejón, me llamaba la atención la forma peculiar de hablar de la gente del pueblo (hablaban el castejonés). Muchas de las palabras eran, por supuesto, referentes a las tareas del campo, a utensilios propios de las faenas que allí se hacían, a arreos de las caballerías, etc. Palabras que fui aprendiendo, como es lógico.

   Había, sin embargo una expresión que yo atribuía, sin lugar a dudas, al castejonés. Y así lo he seguido creyendo durante casi toda mi vida.
   La expresión en cuestión es “enantes”, equivalente a “antes”. Todo el mundo utilizaba allí el “enantes” cuando querían decir “antes”.
   Pero mira por donde, hace unos años hice un arreglo en la casa y uno de los trabajadores que vino, que era chileno, dijo al hablar, algo parecido a enantes y al preguntarle, me dijo que lo que había dicho era “denantes” y que estaba bien dicho porque venía del castellano antiguo y se lo había explicado un profesor en su país.
   ¡Anda! Y ahora resulta que no era un vocablo particular del castejonés, o sea, una desviación del castellano, sino al revés que venía del castellano antiguo y por lo tanto estaba bien, aunque mal pronunciada.
   Bueno, ahora que con internet se tiene fácil acceso a muchas cosas he podido ver que la expresión viene del latín (de in ante) y que todavía hoy se utiliza en algunos lugares de España y en varios países de Sudamérica, en las formas de: denantes, enantes y endenantes.
Lógicamente poco a poco va cayendo en desuso.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

   Y ahora una de las palabras que propone Paco (En castejonés se diría “el Paco”)

Támara.- Según recuerdo, así se llamaban las ramas de chaparra que se habían cortado y llevado a un lugar próximo a la casa para utilizarlas como leña para el fuego que se hacía en el suelo de las cocinas, justo debajo de la chimenea y que tenía varias funciones: una, la principal, era para hacer las comidas; otra era la de calentar cuando hacía frio y por último la de concentrar a su alrededor a la familia tal como hace la tele hoy día, con la diferencia de que allí se hablaba y se contaban historias mientras que con la tele, cada vez que uno habla, alguien le dice que se calle porque molesta. A veces, principalmente cuando la lumbre tenía llama, pasaba como con la tele de hoy, se quedaba uno mirándola fijamente con cara de hipnotizado y el pensamiento en el vacío.

   Sin embargo, he encontrado definiciones de támara que no se ajustan exactamente a lo expuesto  ¿Se tratará de una palabra del castejonés?.

Definiciones de támara:
-         Palmera de Canarias.
-         Terreno poblado de palmeras.
-         Dátiles en racimo.
-         Leña muy delgada.
   Quizás esta última…

   Pero tranquilos que también he encontrado otras definiciones:
-         Leña muy delgada, despojos de la gruesa, o astillas que resultan de labrar la madera.
-         Rama de árbol.
-         Carga de ramaje de roble, encina o pino, que pesa de ocho a diez arrobas.

      Aquí está ¡hombre!, seguro que es de aquí de donde le viene.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
 

lunes, 24 de octubre de 2011

LUBINA AL ESTILO "JOSE ANTONIO".

Bueno, sigo con los consejos recibidos, con los cuales estoy totalmente de acuerdo, de darles a las recetas de cocina la categoría de entrada y no comentario. Por consiguiente, todas las recetas que se reciban en los comentarios, aunque también queden como comentario, las copiaré y las pegaré  como una entrada más y estarán firmadas por su autor.
Aquí la receta de José Antonio, que ya dije que yo la había probado y pienso que no exagera nada.

INGREDIENTES:
Lubina de buena calidad, de unos 500 gramos.
Sal.
Limón exprimido (unos tres limones por lubina).

1. PONEMOS LA SARTÉN A CALENTAR. SIN ACEITE Y CON EL FUEGO A TOPE, HASTA QUE SALGA HUMO.

2. CUANDO SALGA HUMO, ECHAMOS LA LUBINA CON LA PARTE DE LA PIEL HACIA ABAJO. LA ECHAMOS SAL Y UN BUEN CHORRO DE LIMÓN, PREVIAMENTE EXPRIMIDO. PONEMOS ENCIMA UNA TAPA PARA QUE GUARDE EL CALOR. LA DEJAMOS 5 MINUTOS.

3. PASADOS LOS 5 MINUTOS, QUITAMOS LA TAPA, LE DAMOS LA VUELTA A LA LUBINA, PONIENDOLA ESTA VEZ POR LA PARTE DE LA CARNE, ECHAMOS OTRO CHORRO DE LIMÓN Y UN POCO DE SAL Y VOLVEMOS A PONER LA TAPA. LA DEJAMOS 2 MINUTOS.

4. PASADOS LOS 2 MINUTOS, TIENES UNA LUBINA EXQUISITA Y UNA COCINA QUE NO HAY QUE LIMPIAR. Esto último es muy importante¡¡¡¡¡

José A. Morales López

lunes, 17 de octubre de 2011

¡Una de migas!

Como hay quien opina que las recetas deben ir con la categoría de entrada y no como comentario, he cambiado ésta y ya está. Así todos contentos.

Bueno. Primicia.
Yo tengo la receta de Gerardo y os aseguro que no es mentira lo que dices, Emilio.
El ajo hay dos formas de presentarlo: 1 muy picado, como se dice en la receta,y 2 en trozos un poquito más grandes. En este segundo caso, los ajos, sirven de indicativo para, cada vez que se come uno de ellos, iniciar una ronda del "botillo", o del porrón.

MIGAS (6 raciones)
INGREDIENTES
PAN: 2 o 3 barras (muy duro)
AJO: 3 o 4 gajos
CHORIZO: 1/2 kilo
PANCETA: 1/2 kilo
PIMENTÓN DULCE: 2 cucharadas soperas.
PIMENTÓN PICANTE: 1 cucharada pequeña.

MODO DE HACERLO
Picar el pan. Picar el ajo, muy fino. Mezclar los dos ingradientes.
Freir la panceta.
Freir el chorizo.
En la grasa de la panceta y del chorizo, con temperatura no muy alta, diluir el pimentón.
Apelmazar el pan echando unas gotas de agua al tiempo de darle muuuchas vueltas.
Después ir echando la grasa en las migas, muy poco a poco, al tiempo que se les da muuuchas vueltas.
Calentar a fuego muy lento sin parar de darle muuuchas vueltas.

NOTA: Las 2 o 3 barras de pan, dependiendo del tamaño de los estómagos.

sábado, 8 de octubre de 2011

De aquí "pallá"

En los primeros días de Agosto, en el paseo de la tarde, como tantas otras, me dirigía a un pequeño barranco que hay junto al camino, para observar los gazapos que a última hora salen de los vivares y que, en cuanto  oyen el más mínimo ruido extraño, se vuelven a esconder. En un espacio de no mucho más de 100 m2 tienen más de 50 agujeros y habrá no más de de una veintena de conejos. Algunos corren hasta la boca del agujero y allí se quedan desafiantes, o ingenuos, aguantando hasta que al hacer yo cualquier movimiento que les resulte sospechoso, pegan un brinco y se esconden dentro de la madriguera.
Uno de los primeros días que me acerqué a este barranco, además de los conejos, había una pollada de perdigones que a peón se fueron dispersando por entre los juncos y unos minutos después, supongo que una vez controlada la nueva situación, escuché a la perdiz madre llamarlos para reunirlos nuevamente.
Ayer no llegué hasta la zona de las madrigueras por que había un rebaño pastando y supuse que me resultaría difícil poderlos observar, pero cuando iba andando por el camino del pinar, al llegar a la linde de un rastrojo y quedarme parado un momento antes de dar la vuelta, se arrancó una liebre que estaba encamada a no más de un metro de mis pies. No la pude ni saludar, no espero. Salió corriendo “como alma que lleva el diablo” (recuerdo esta expresión de mi madre), pero la pude observar durante un buen rato, corriendo, al principio con las orejas echadas para atrás, pero enseguida puso las orejas tiesas, una vez que comprobó que nada ni nadie la seguía. Cuando van perseguidas por un perro echan las orejas sobre los hombros y corren como una exhalación. Su instinto le diría que estaba ante un cazador. El próximo día que me la encuentre y ella no tenga tanta prisa, a ver si, entre los dos, podemos intercambiar algunos pareceres sobre cosas banales como la política. Le preguntaré su parecer sobre Rubalcaba y Rajoy; o la economía, en este punto le preguntaré qué opinión le merece la prima de riesgo.
Hoy, en el paseo matinal, tuve la ocasión de presenciar la cruda realidad de la supervivencia en la Naturaleza.
Caminaba yo solo y en la orilla del camino, en un pequeño cipotero, levantaron el vuelo una perdiz adulta y cinco perdigones. El vuelo no fue muy largo. Yo seguí caminando y cuando ya había pasado un tramo el lugar de donde se habían levantado, al escuchar el “cuchicheo” de una perdiz, me volví, en el preciso momento en el que un águila perdicera bajaba casi en picado y un poco antes de llegar al suelo sacó sus garras y … por muy poco, pero falló.
El terreno es yermo, con muy poco matorral: algunos espinos, matas de tomillo, espliego y aliagas, pero con muchos claros. Sin duda habían quedado más perdigones que no habían volado y al llamarlos nuevamente la madre, alguno salió de su escondite y el águila, que sin duda estaba buscándose el desayuno (aquí cada uno a lo suyo), pues estuvo a punto de diezmar la pollada.
En ese momento afloró en mi la vena de cazador, aunque cazador frustrado; pues me produjo una gran alegría comprobar que la rapaz no se salió con la suya. También comprendí que mi presencia había originado que las perdices tuvieran que salir de su refugio arriesgando su propia vida y me marché del lugar, pero también supuse que, a pesar de todo, el águila terminaría desayunando.    

sábado, 1 de octubre de 2011

Cómo hacer buenas migas

Lo que sigue es otra entrada de Emilio. Con su peculiar sentido del humor, ahí os deja una buena receta culinaria de un plato tradicional de nuestra Alcarria. Al título yo le añadiría "... de las de comer". Buen provecho. Francisco López Sanz.

Las migas es un plato estupendo. No conozco a nadie que no le gusten las migas y yo confieso que me gustan como al que más. Las he comido de muchas formas y en sitios diversos y todas, absolutamente todas me gustaron: desde las que hacía mi madre a las que comí en una matanza (con chicharrillos o chicharrones, que no me acuerdo bien), también con trocitos de chorizo, las he comido en Ciudad Real,  en  Murcia y en Cáceres, con uvas para que pasen mejor, sin uvas y…  en fin, a mí todas me están estupendas.
Pero hay unas que comí en una ocasión que estaban especialmente buenas. Tanto, que todavía me viene a la memoria aquel saborcillo cuando pienso en ese día. Fue en una batida de jabalí (la única a la que he ido). Eran las…, bueno, no me acuerdo de la hora pero era muy temprano. A la hora que en Castejón suelen empezarse esas batidas. Nos habíamos concentrado los cazadores y los ojeadores en la plaza junto a la Casa de la Villa (la que ahora llaman “de la báscula”). Yo había ido desde Madrid, lo que quiere decir que me había tocado madrugar un buen rato antes que la mayoría, así que ya me apetecía comer algo. Y de pronto apareció Gerardo. Dio unas cuantas instrucciones, cogió un cacharro grande de cocina y en un fuego que alguien había preparado se puso a echar las cosas que se echan para hacer unas migas. Empezó a moverlas con habilidad y la ayuda de una rasera, o un cucharón (no me acuerdo bien), mientras el ambiente se iba llenando del clásico olorcillo que acompaña en estas ocasiones. Bueno, no sé si fue que yo tenía ya un buen apetito mañanero o es que aquellas migas tenían algo especial, pero me supieron a gloria bendita y pensé que nadie sabía dar el punto a las migas como Gerardo.
INSTRUCCIONES PARA UNAS BUENAS MIGAS
Si un buen día te apetece comer unas buenas migas pero no sabes hacerlas, no tienes más que seguir estas instrucciones y seguro que aciertas:
1º)  Prepara los ingredientes necesarios, que no son muchos: aceite, pan cortado en cachitos el día anterior y humedecido, unos ajos, sal y poco más (por si acaso pregunta a alguien qué más se les puede añadir).
2º)  Cuando tengas todo preparado y a punto llamas a Gerardo, le pides que coja los ingredientes que le parezca de todo lo que tienes preparado y que te haga las migas. Verás como ese día te chupas los dedos.
Esto es lo que yo pienso hacer, a no ser que alguien con más conocimientos culinarios que yo, nos explique en este apartado de recetas, como se hacen. Sobre todo, porque si ahora vamos todos a Gerardo a pedirle que nos las haga, terminaremos cabreándole.
Y también una receta de gachas.
Y una de… Bueno, de momento la de migas y la de gachas.

domingo, 25 de septiembre de 2011

El río Henares: Un lío de río

Lo que sigue a estas líneas me lo ha enviado Emilio López Marín (mi primo), él es quien lo ha encontrado. Yo lo publico tal como me lo envía, íntegro, por considerarlo de cierto interés. El título de arriba es mío. El título con el que fue publicado es el que sigue a esta párrafo. Las fuentes también quedan suficientemente identificadas al final del artículo. Francisco López Sanz.




P.D. No ha sido posible editarlo con la mágica formula de “copiar y pegar”, no sé si debido al formato del escrito; de cualquier modo debido a la escasez de conocimientos míos. Lo he tenido que transcribir, aún así sigue siendo válido el criterio expuesto más arriba

.

               ¿Dónde nace el Henares?






Río Dulce, río Salado y río Henares







Río Dulce, río Salado y curso alto del río Henares






Si ustedes conocen lo suficiente las comarcas de Sigüenza, o si simplemente han consultado alguna enciclopedia, probablemente se habrán extrañado al leer el título de este artículo, ya que absolutamente todos los textos dan la localidad de Horna como el lugar en que nace nuestro río. ¿A qué viene, pues, la pregunta que figura como titular de este artículo? Pues al hecho de que, por mucho que sea Horna el origen oficial del Henares, es factible proponer una alternativa distinta al igual que ocurriera con la desembocadura del Henares la cual, por cierto, no resulta nada disparatado suponer que tiene lugar en el Tajo en las cercanías de Aranjuez en vez de en Mejorada a beneficio del Jarama.
Y es que, como sucede en tantas ocasiones, no se puede considerar que el Henares sea tal (es decir, el que conocemos y nos resulta tan familiar) hasta que no ha tenido lugar la confluencia de tres cursos de agua diferentes y muy parejos entre sí: el alto Henares (que es el que nace en Horma y pasa poco después por Sigüenza), el Dulce y el Salado. Cualquiera de los tres podría ser candidato a ostentar la primacía sobre los otros dos y, por lo tanto, ser considerado como el tramo inicial de nuestro río; y, aunque el río de Horna y Sigüenza es el que ha quedado como alto Henares oficial, comprobaremos a continuación que no sólo no era ésta la única opción posible sin que, además, no ha sido éste el criterio seguido en siglos pretéritos.
Pero recordemos ahora brevemente cuales son las característica principales de estos tres ríos. El alto Henares, como he comentado más arriba, tiene su origen en un abundoso manantial situado en las cercanías de Horna, una pequeña localidad ubicada en la vertiente occidental de la Sierra Ministra, el romo espolón rocoso que sirve de divisoria de aguas entre el Atlántico y el Mediterráneo o, si se prefiere, entre el Henares, que es decir el Talo, y el Jalón, que es decir el Ebro. Labrando un pequeño valle que es apenas un rasguño en las ásperas tierras circundantes, el recién nacido Henares recibe a sus primeros tributarios, los arroyuelos de Alboreca y Quinto, y baña a poco la ciudad de Sigüenza. Dejada atrás la cuna del Doncel el Henares estrecha aún más su diminuto valle hasta convertirlo en un àspero desfiladero, situación que se mantiene hasta que, al llegar a Baides, confluye con el Salado. Abierto un tanto su valle aunque no demasiado, alcanza poco después la localidad de Matillas, donde se le reúne el Dulce, formándose ya el Henares maduro que pasará sucesivamente por Jadraque, Espinosa, Guadalajara y Alcalá.
El Salado, por su parte, tiene su origen de forma bastante anónima allá por los altos de Barahona, repechones más que cordillera que constituyen el poco vistoso engarce de los sistemas Central e Ibérico. Y, aunque su origen oficial sea la laguna de Paredes, junto a la carretera que enlaza Atienza con Barahona, lo cierto es que el suyo es un nacimiento modesto y a fuer de discreto, desapercibido, siendo su curso alto poco más que un arroyo anónimo tan solo animado en épocas de abundantes lluvias. Descendiendo por las altas y resecas parameras que constituyen las tierras situadas entre Sigüenza y Atienza, recoge las aportaciones de un puñado de pequeños y poco importantes afluentes al tiempo que, al discurrir por parajes en donde abunda la sal, carga sus aguas con las mismas hasta el punto de recibir este apelativo de forma ciertamente justificada al tiempo que es objeto de explotaciones por intermedio de varias salinas que suponen un importante beneficio económico para esta deprimida comarca. Más adelante, y tras bañar con sus aguas la villa de la Riba de Santiuste y formar poco más allá las interesantes salinas de Imón, a la altura de Santamera el Salado se encajona en un interesante desfiladero que se abrirá poco más allá formando el valle sobre el que se asienta El Atance, amenazado desde hace años de anegación. Es aquí donde recibe también la aportación del río de la Hoz, menguado en caudal pero de aguas todavía más saladas que las suyas, las cuales se explotan en las cercanas salinas de la Olmeda.
Pasado el Atance el río se vuelve a encajonar en el lugar en el que está prevista la construcción de la presa, llegando a poco a la localidad de Huérmeces del Cerro. A partir de aquí el Salado discurrirá placidamente pasando por Viana de Jadraque y Baides, donde por fin se une al Henares.
El Dulce, por último, nace de un puñado de generosos manantiales situados a la vera del caserío de Estriégana, aunque un tributario suyo remonta sus dominios, de forma harto discreta, hasta las estribaciones de la Sierra Ministra, más al sur del Henares y en las proximidades de la localidad de Bujarrabal. Poco más allá, en Jodra del Pinar, se muestra ya como un curso de agua consolidado aunque, eso si, de caudales todavía magros, siendo en esta localidad donde recoge las aguas del río o arroyo Saúca, quizá su principal afluente. La falta de carretera impide seguir su crecimiento durante un buen trecho en el que el Dulce no sólo engrosa sus aguas considerablemente sino que, al mismo tiempo, comienza a excavar la primera de sus hoces, la de Pelegrina, a la cual se puede acceder por una carretera que, partiendo de Sigüenza, va a morir en la nacional II a la altura de la Torresaviñán. La hoz de Pelegrina es un interesante paraje natural en el que el Dulce se muestra ya como un río maduro, y sirve de preàmbulo a la segunda y más larga de ellas, la de la Cabrera y Aragosa, no menos espectacular que la primera. Aguas debajo de Aragosa el Dulce abre generosamente su valle permitiendo regadíos a partir de Mandayona para, por último, reunirse con el Henares en Matillas.
¿Cuál de estos tres ríos es el más importante? Difícil pregunta, puesto que cada uno de ellos despunta en algún aspecto. Así, el Salado es el más largo y el de cuenca más extensa, contando así mismo con la red de afluentes más desarrollada; sin embargo, no es el más caudalosa dado que discurre por terrenos más áridos que sus compañeros de la Sierra Ministra. El Dulce, por su parte, es con diferencia el río más maduro de los tres y, probablemente el más caudaloso, además, tanto sus hoces primero como sus valle después dan al mismo una importancia orográfica mucho mayor que la que corresponde a los otros dos ríos. El alto Henares, por último, puede aducir tanto la mayor importancia de su nacimiento como el hecho nada desdeñable, como veremos en su momento, de discurrir por la ciudad de Sigüenza, la única población importante de toda esta zona.
Pero por alguno de ellos tendremos que optar lo que, vuelvo a repetir, no resulta nada fácil. Procedamos, pues, a remontar el Henares desde Alcalá y tratemos de decidir sobre la marcha. Entre Alcalá y Matillas ninguna duda tendremos a la hora de encontrarnos con alguna confluencia, ya que en todas ellas, inclusive la del Sorbe (y eso que en ocasiones puede este río llegar a superar el caudal del Henares), quedará bastante clara la primacía del Henares.
Bastante distinta será la situación al llegar a Matillas, lugar en el que reúnen sus aguas el Henares (engrosadas con las del Salado) y el Dulce. En principio, ambos ríos parecen ser bastante similares en caudal con ventaja, quizá, del Dulce; pero si prestamos atención no a los ríos en sí sino a sus respectivos valles, veremos que la situación resulta ser totalmente favorable al segundo de estos dos cursos de agua. ¿La razón? Como es sabido, el valle del Henares (me estoy refiriendo a su curso medio y bajo) presenta una curiosa disimetría que hace que las dos márgenes sean radicalmente distintas; mientras la derecha presenta una suave pendiente y resulta ser completamente llana, la izquierda se muestra en forma de abrupta ladera debido a que el río discurre virtualmente pegado al borde septentrional de la Alcarria. Esto hace que, con la curiosa excepción del Badiel, el Henares reciba todos sus afluentes por la derecha ya que, por la izquierda, no existe espacio material para poderlos tener a excepción de algunos cortos y resecos barrancos.
¿Qué ocurre en Matillas? Pues que, mientras que el alto Henares llega hasta allí siguiendo el estrecho valle al que ya he hecho alusión, el Dulce prolonga el valle del medio Henares. Dicho con otras palabras, el valle del Henares remonta no el alto Henares, sino el Dulce. La impresión visual es tan clara que no puede pasar en modo alguno desapercibida, y sin duda alguien que no conociera la zona optaría probablemente por el Dulce en ves de por el Henares.
Pero aún hay más. Debido a la estrechez del valle del alto Henares solo el ferrocarril, de entre todas las vías de comunicación, opta por remontarlo, mientras la carretera prefiere seguir el mucho más cómodo camino del Dulce. Idéntico camino seguía la antigua calzada romana que en Matillas se desvía del Henares para tomar el valle del Dulce hasta Mandayona, desde donde se dirigía directamente a Sigüenza. Y, curiosamente, las localidades de Villaseca de Henares y Castejón de Henares estan… en el valle del Dulce.
Veamos por último las razones que da Guillermo García Pérez en su libro Las rutas del Cid al identificar el famoso Castejón sobre Fenares que es citado en el Cantar del Mío Cid con el Castejón del valle del Dulce, y al propio Dulce con el alto Henares.
En Matillas se juntan dos ríos: el que viene de Baides, que es salado, y el que viene a Pelegrina, La Cabrera, Mandayona, Castejón y Villaseca, que es de agua dulce. Allí no se ha sabido nunca muy bien, al parecer, a cuál de los dos se le debe llamar Henares.


                                                                                         (…)
De todo esto se deduce que, (…) el río de agua dulce -el que ahora se llama Dulde- fue llamado por muchos, por lo menos durante dos o tres siglos, río Henares (Fenares). Mientras, las otras aguas recibían, en Matillas y en los demás pueblos de esos valles, el nombre más caracterizador que se corresponde con el sabor y con el uso de sus aguas: es decir, río Salado. Quedará así el tercer curso de agua -menos importante, muy poco utilizable para riegos y sólo conocido como curso independiente de dos o tres leguas más arriba- como Río de Sigüenza.
 Nares procede del árabe nahr y , puesto en plural, significará ríos, aguas, quizá manantiales. Primero fueron los ríos, al parecer; luego el sexmo de Fenares, donde se juntan los tres ríos para dar nacimiento o forma a un solo río (el Nares, o Fenares); después llevó ese nombre (Fenares) el río de agua dulce (el Dulce) de ese sexmo y últimamente, quizá desde el siglo XIII o el XIV, se llama Henares al curso de agua dulce que nace en Horna y se hace llamar rìo a su paso por Sigüenza.
La cuestión, pues, parece estar bastante clara al tiempo que explica tanto la ruta que siguió el Cid como la extraña transposición de los apelativos de Villaseca y Castejón. La pregunta, ahora, es la siguiente: ¿Por qué ha sido menos importante de los tres ríos (el de Sigüenza) el que al final ha conservado el nombre de Henares? Guillermo García opina que, al alcanzar Sigüenza una importancia notable a lo largo de la baja Edad Media, debió de reclamar para su río el prestigioso nombre de Henares, que es el que ha conservado hasta hoy. Este hecho, que ahora nos puede parecer trivial, no lo era en modo alguno en aquella época, por lo que se trata de una hipótesis perfectamente verosímil. Este autor, por último, acaba insistiendo en la ambigüedad existente en los textos de los autores que en el pasado describieron los ríos de esta zona, en especial los residentes en la misma.

En conclusión, y basándonos tanto en criterios históricos como geográficos, se puede afirmar que el Dulce es en realidad el alto Henares; el Salado, sería afluente del Dulce mientras que el río de Sigüenza, es decir, el ahora denominado Henares, lo sería a su vez del Salado. Espero, por supuesto, que ningún seguntino llegue a molestarse por lo afirmado en este artículo; se trata de una mera disquisición sin la menor trascendencia real, amén de que en el fondo la historia la hacen los hombres y éstos, desde hace mucho, optaron ya por el curso de agua que baña la ciudad del Docel.

                                         Publicado el 5-5-1990, en el nº 1.191 de Puerta de Madrid.
                         Versión revisada publicada el 11-10-1993 y el 18-10-1993 en Nueva Alcarria
                                                            Actualizado el 12-6-2006

sábado, 24 de septiembre de 2011

UN JUEGO. PARA JUGAR

Os propongo un juego que consiste en introducir palabras que han caído en desuso, para entretenernos en buscar su significado.

Claro, pretendo que sean palabras que se usaran en el entorno de Castejón de Henares (tampoco quiero decir que sean exclusivamente localismos), porque pueden ser palabras que estén, o no, recogidas en el Diccionario de la Lengua Española. Sobre todo palabras que ahora ya no se usen , se usen muy poco, o tengan otro significado.

Pongo un ejemplo: La palabra “cipotero”. A la mayoría de guadalajareños que les preguntéis sabrán lo que es un cipotero, pero fuera de Guadalajara, la mayoría de la gente a la que le preguntéis no sabrá lo que es un cipotero.

Yo voy a introducir hoy 10 palabras y pretendo que os animéis a buscar su significado y, también, a que vosotros busquéis otras palabras y las vayáis introduciendo en vuestros comentarios.

Ahí va la primera tanda de palabras (“tanda” ya podía ser una de ellas si no fuera por “la tanda de penaltis“)

antojeras, avío, barda, gavilla, granza, ingueras, pelliza, primala, támara, zorrata

domingo, 7 de agosto de 2011

MI PADRE II

Era el otoño de 1936, cuando, sin previo aviso, se presentó en el pueblo un camión de milicianos y obligaron a  subirse al mismo a todos los jóvenes de una determinada edad para llevarlos al frente.
Los trasladaron hasta un pueblo muy próximo a Guadalajara, Marchamalo y, en principio, los destinaron a sacar patatas para abastecer la intendencia del Frente Republicano que muy poco tiempo después ya se encontraba situado en la Alcarria, dominando desde la altura todo el valle del Río Henares. En el valle, pero al otro lado del río y de la línea del ferrocarril, se encontraba el Frente Nacional.
Unos pocos días después de haber llegado, el oficial responsable de la intendencia, los reunió en su despacho y entorno a su mesa, haciendo un semicírculo, les preguntó quién entendía algo de cocina. Ninguno quiso significarse (además de que ninguno entendía nada de cocina, más allá de preparar un bocadillo de chorizo), por aquello de que en la “mili” no hay que salir voluntario para nada. Ante esta actitud general de los reclutas, el oficial decidió tomar la iniciativa y señalando al primero que estaba situado a su derecha (era mi padre), le nombró cabo furriel (con “l” hombre, terminado en “ele”); al segundo le nombró como su ayudante y a todos los demás algo así como “empleados de cocina”.
Desde ese mismo momento, mi padre tenía la responsabilidad de la entrega del rancho en las trincheras, además, también,  la entrega del correo a los soldados del frente.
En el grupo, creo que todos de Castejón de Henares, eran seis o siete y había de todas las tendencias ideológicas; bueno, probablemente limitada a dos tendencias, lo que eran DERECHAS  e IZQUIERDAS y ya me imagino yo las diferencias entre unos y otros, merendando juntos en la bodega los festivos y, algunos, incluso, trabajando juntos en el campo: como mucho una cierta simpatía por uno u otro bando.
Mi padre pertenecía a una familia de derechas. Un hermano poco más mayor que él, mi tío Emilio, ya había tenido que huir, escondiéndose por donde podía, para esquivar a los centinelas que andaban a la busca y captura de cuantos habían sido señalados, probablemente por algún chivatazo de quien, de un modo u otro, los conocía, de algún pueblo próximo a Castejón. Esta huida se produjo en grupo, después de que se enteraran de que a otro grupo que se habían llevado los habían fusilado y después de estar escondido por el monte durante varios días (otros estuvieron escondidos en los pajares) a raíz de que un día, estando trillando en la era, situada fuera del pueblo, pudieron observar que por los bordes de los altos que rodean el pueblo, había vigilancia y, escondiéndose, primero entre las paredes y después entre la maleza de los huertos del casquero, junto al camino de Argecilla, pudo llegar, él y otro, hasta el huerto de sus padres (hoy mío) y se escondieron en la ladera, en una pequeña oquedad que hacían unas piedras donde estaba el tronco de una higuera y con bastante hierba, con la que se pudieron camuflar.
En su persecución un miliciano llegó a estar de pie encima de las piedras que les camuflaban, de tal modo que el que iba con mi tío pensó que ya les habían localizado y estaban simplemente haciendo como el gato con el ratón y por lo tanto era estúpido permanecer escondidos para regocijo de los perseguidores. Así que inició un movimiento para salir de allí susurrándole a mi tío que ya les habían visto. Por suerte mi tío no pensaba lo mismo y le sujetó para que permaneciera allí quieto  (alguna de las mujeres que estaban lavando la ropa en el arroyo que corre junto a la carretera, al ver el peligro tan inminente para los escondidos, llegó a invitar a los milicianos a que se acercaran a su huerto a comer ciruelas). Al preguntarle el compañero miliciano que estaba en el camino de abajo, que se bajara si no se veía nada, el que estaba sobre el escondite giró para echar un último vistazo por su espalda y, dando un pequeño rodeo para salvar las piedras que sujetaban el tronco de la higuera, bajó a reunirse con el otro y se marcharon. Si en vez de girarse, para dar una última ojeada por detrás, hubiera saltado desde las piedras, les hubiera pisado y la historia de mi tío Emilio y su compañero sería otra muy distinta.
Volviendo al tema de mi padre: en el grupo también estaba su hermano Manolo, una quinta menor que él. Después de un tiempo cumpliendo con su obligación de cabo furriel (cómo me gusta esto de cabo furriel. ¿Verdad que suena bien?), él venía observando, porque algún conocido se lo advirtió, que le estaban vigilando y cada vez más estrechamente, de tal modo que siempre había alguien con ellos y tubo que urdir un plan con cierta urgencia.
Cuando entregaban el rancho, que lo llevaban en caballerías si las cocinas estaban cerca del frente, normalmente iban tres que el propio cabo furriel elegía. El día doce de Febrero de 1937, cuando por la mañana  entregó las cartas por las trincheras del frente, se quedó con una en el bolsillo que resultaría su coartada.
Durante el día ya hablaron los hermanos preparando la huida  para por la noche, una vez entregada la cena. Efectivamente esa noche, cuando estaban entregando el rancho, había un oficial que, o bien estaba en una trinchera cuando ellos llegaban, o bien llegaba cuando ellos estaban entregando la cena; lo que quería decir que la vigilancia era muy estrecha. Terminaron la entrega del rancho y, cuando ya se marchaban, habían rodeado un par de matas de la última trinchera, donde el oficial se había quedado charlando, mi padre hizo como que se acordaba en ese momento de que por la mañana se le había olvidado entregar una carta. Sacándola del bolsillo se la dio al tercero del grupo  para que se la llevara al destinatario. Éste la rechazó diciendo que fuera su hermano Manolo y, tirándola al suelo mi padre, dijo –llevarla el que queráis que yo voy a cagar-, haciendo ademán de bajarse los pantalones. Manolo ya sabía que no debería cogerla y se hizo el remolón. Entonces el otro, probablemente confiado por la perentoria necesidad fisiológica de mi padre, accedió a ser él quien la llevara. –Bueno hombre, bueno, la llevaré yo-. Cuando se había distanciado un poco y puesto que les cubrían las matas de encinas, en el mismo borde del valle del río Henares, en la perpendicular entre Matillas y Bujalaro, pero más cerca de éste, probablemente en el paraje “monte Narejos”, los dos echaron a correr la cuesta abajo. Ya habían hablado de que solo los podía detener una bala.
Efectivamente, al poco tiempo, cuando el que había ido a llevar la carta volvió y vio los trastos en el suelo y que los hermanos López Alcalde no estaban, dio aviso en la primera trinchera y se iniciaron las voces de “alto” y las ráfagas de disparos de ametralladora. Pero tuvieron suerte. Yo me imagino, con 22 y 23 años, como bajaron la cuesta con matas de encinas y algún que otro risco. Alguna marca olímpica seguro que batieron: salto de altura y de longitud, aunque no era el momento de pararse a tomar la medición, otros tramos con el trasero arrastras, hasta llegar a la orilla del río, donde pasaron la larga y algo más que fresca noche del mes de Febrero, cobijados debajo de unos juncos, hasta que por la mañana, ya con luz del día y una escarcha que más parecía una nevada, se fueron acercando al Frente Nacional y, aprovechando un alto en los cánticos de los soldados, dieron alguna voz para hacerse oír. Pronto escucharon a un centinela que decía –parece que llama alguien-, momento que aprovecharon para decir que eran dos hermanos que se pasaban desde el Frente Republicano. 
Con todas las reservas del mundo los llevaron hasta el Comandante de puesto donde les tomó declaración y cuando dijeron que otro hermano, Emilio, había tenido que salir huyendo del pueblo, en busca de los Nacionales y que no habían vuelto a saber nada de él desde el verano, el oficial les informó que allí había un soldado que se llamaba López Alcalde, pero que el nombre era Luciano, al que hizo llamar y, efectivamente, era su hermano, con nombre de pila Luciano Emilio, al que siempre habían llamado Emilio, obviando el primer nombre (Luciano), pero que en el ingreso en el ejército habían tomado su primer nombre.
Los llevaron a Sigüenza, ya recuperada por el Frente Nacional, donde se había establecido el Mando, y escoltados (el comandante tuvo la deferencia) por su propio hermano.
Mientras tanto Castejón había pasado a poder republicano y algunas familias habían huido a Sigüenza, Atienza, etc., ya en poder del Ejército Nacional, extableciéndosen en casas particulares (mis padres mantuvieron amistades durante toda la vida), de tal modo que los hermanos López Alcalde, los tres (Emilio, Gerardo y  Manuel), en Sigüenza se reencontraron con sus padres.
A mi padre, Gerardo, aún le quedaba otra sorpresa: en la misma huida del pueblo por la llegada de los Republicanos, también había llegado a Sigüenza mi madre, recién  alumbrada a su primera hija, Carmen, nacida en Enero y que mi padre aún no conocía. Cuando los pocos militares del Frente Nacional que ocupaban el pueblo vieron la eminente llegada de los republicanos, pues llevaban unos días muy cerca, y a pesar de pedir refuerzos éstos no llegaban, se dio la alarma de que  los republicanos podían llegar al pueblo, y después de que algún avión en  vuelo rasante disparando la ametralladora hizo que los acompañantes a un entierro tuvieran que abandonar el féretro y esconderse en los pajares durante un buen rato, mi madre cogió a su hija y, envueltas en una manta, salio de la casa de sus padres y se iba a otra casa que tenía una bodega para refugiarse con la niña. En  la calle la vio un militar y al observar éste las condiciones en las que iba, la hizo subir a un camión militar y la llevaron a Matillas, donde tomó un tren hasta Sigüenza, al hospital. Sus padres, mis abuelos maternos, que creían que su hija y nieta estaban refugiadas en el  pueblo, al no encontrarlas, las buscaron por distintos pueblos hasta que las localizaron en Sigüenza una semana más tarde. Mi padre conoció a su hija en Sigüenza cuando ya tenía mes y medio.
P. D. Me llamaba mucho la atención un comentario que le oí decir alguna vez a mi padre llegado al punto del encuentro con su hermano (Luciano Emilio): “Si en vez de destinarnos a la cocina nos mandan a las trincheras hubiéramos podido disparar algún tiro y matar a nuestro propio hermano, o viceversa “.
Pregunto yo: ¿Puede haber una guerra más estúpida?.