viernes, 24 de junio de 2011

El mirlo y el corzo

Corzo
Corzo posando para el fotógrafo: José M. López
Por cómo mira el corzo, creo que ya se conocían.
El año pasado, un día me encontré con Ángel, cerca de su huerto y llevaba una escopeta de perdigón. Me dijo que estaba disparando a los tordos, supongo que disparando a matar, ¡pues menudo es el Ángel!, porque había sembrado judías y, una hembra (yo no se distinguir el macho de la hembra), había descubierto las semillas y escarbaba hasta sacar el grano para alimentarse. Mira, pensé, que listillos son estos pájaros, hacen igual que los políticos: viven del trabajo ajeno.
Particularmente me encanta escuchar el trino de los mirlos. Son muy agradecidos, resultan incansables cuando ofrecen un concierto en estos días de la templada primavera, cuando aún el calor no es demasiado fuerte.
Tengo pensado plantar algunos cerezos en el huerto de mi casa, por razones de cromatismo. El cerezo es uno de los árboles más agradecido a la vista, tiene cuatro etapas, desde el inicio de la primavera hasta mediados del otoño, que son: el blanco de su flor, como los almendros tiene su floración antes de echar la hoja y resultan muy vistosos; el verde de su forraje de toda la primavera; el rojo oscuro del fruto maduro, en el mes de Julio y en contraste con el verde de sus hojas, y el color teja, otoñal, cuando ya está apunto de perder la hoja. Aparte, claro, de la tentación de darme algún atracón de cerezas, sobre todo si son negrillas, como las del cerezo que tenía mi abuelo Fausto en el camino de la Granja.
Hay quién me dice que con los tordos voy a comer muy pocas. Bueno, casi que me da lo mismo, si se las comen ellos y a mí me regalan sus conciertos, me quedo satisfecho con este trueque: sus conciertos por mis cerezas.
Hay que ver cómo han progresado estos bichos, ¡cuanto han aprendido!. Cuando yo iba a la escuela (de esto hace unos cuantos años), si que los veía merodeando por las cercanías de la escuela, pero siempre pensé que iban a comer moras de la morera; pero no, o también, se ve que pegaban el oído y algo se les quedó de las clases de Naturaleza.
-A ver, Juanito, ¿en qué mes del año maduran las cerezas?. O, ¿en qué época se siembran las judías?. Y el tordo que “se quedaba con la copla”.
Es una “gaita” que te dejes los riñones cavando el huerto para poder comer unos días judías verdes, con su salsita de tomate, también cosechado en el huerto, con permiso de los tordos y del “escarabajo”, todo hay que decirlo y que estés esperando a verlas nacer y no broten porque los pajaritos, tan cantores ellos, que digo yo si cantarán para despistar, se las hayan comido.

Algo parecido pasa con los corzos. Antes se protegían los huertos con bardas para que no saltaran las gallinas. Ahora se tienen que proteger con alambradas para que no puedan entrar los corzos, que también son muy listos.
En el verano, cuando las hiervas del campo están agostadas, les resulta muy apetecibles las hortalizas, tiernas y frescas, de los huertos. Luego se esconden a sestear en las frescas sombras de los barrancos, sin tener que irse muy lejos, para volver la noche siguiente a por su ración diaria. Nosotros vamos al súper, ellos al huerto. Habrá que poner cuidado que éstos nos terminan echando del pueblo.
El año pasado, una mañana que me subí andando temprano hasta el pico de la Cabeza, al volver, en vez de seguir la ruta por la que había subido, me tomé el atajo de bajar por el camino de Mirabueno. Cuando estaba por encima de la fuente de los “renacuajos”, se molestó un corzo, que sin duda estaba haciendo la digestión a la sombra y se arrancó hacia arriba, por la Carrasquilla. Bueno, ¡que bronca me echó hasta que se perdió por el monte!. ¡Que ladridos!. Pero si yo no le había dicho ni echo nada para que se pusiera así conmigo. Estoy convencido de que, aquella forma de despotricar, eran insultos hacia mí. Algo así como –“¿no tienes otro sitio por donde ir?”. “Madrileños de mierda, no dejáis ni hacer la digestión a gusto”- “ahora, por tu culpa, este esfuerzo”-. Y yo, sin mentarla, en su madre, por si acaso.

1 comentario:

  1. Se imaginan que en plena urbe, en cualquiera de las abarrotadas calles de Madrid, o cualquier capital, entre los coches o detrás de un cartel publicitario, apareciera un corzo, un conejo, liebre, buitre o águila. Sin duda, en estas grandes ciudades existen también estos “animales”, pero a diferencia de los primeros, consiguieron “evolucionar” hace millones de años y “socializarse”. Por ello, disfrutar en el pueblo de momentos tan “estresantes” como el avistamiento de un corzo o cualquier otro animal, tiene un precio, un precio demasiado caro para la actual sociedad. Mantener intactos o con el menor impacto posible el entorno en donde se desarrollan estos cuadrúpedos habitantes.

    Poder realizar como en este caso, una fotografía a uno de los inquilinos del monte de Castejón, resulta un momento mágico y de unión con la naturaleza, y haciendo un juego de palabras con el título de la novela de Milan Kundera, demuestra la insoportable levedad del ser (humano) cuando te encuentras inmerso en cualquiera de los parajes de Castejón o cualquier otro pueblo.

    Por cierto, hoy por hoy, el corzo y yo no hemos sido presentados formalmente…. pero todo se andará.

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