domingo, 20 de noviembre de 2011

Asistencia a un parto

Algunos partos de ovejas tuve que asistir en mis años de pastor, cuando todavía era un crío. Se trataba sobretodo de tener cuidado que en el transcurso del parto el cordero no sufriera ningún daño físico y de ayudar a la oveja si se presentaba alguna dificultad en el mismo, derivada de la postura que la cría pudiera presentar al nacer.
Los primeros síntomas del parto, después de cinco meses de gestación, aparecían en la oveja unas horas antes, cuando ya se apreciaba una caída de los ijares, después se observaba que la oveja pastaba normalmente en la parte trasera del rebaño, más tarde el animal se quedaba parada, sin comer, solo rumiando, para seguir buscando algún resguardo en las matas o majanos y terminar tumbándose con las patas traseras ligeramente estiradas.
En los primeros momentos del parto, aunque rezagada del resto, no se quedaba tumbada y si el rebaño se desplazaba deprisa tenía alguna dificultad hasta romper aguas. Llegado este momento ya, normalmente, no seguía al rebaño y se quedaba hasta que terminaba de parir.
Si el cordero venía en su posición normal, lo primero que aparecía eran las pezuñas de las patas delanteras y el morro. Hasta conseguir sacar la cabeza resultaba la mayor dificultad y la mayoría de las veces hasta era bueno ayudarle un poco a la oveja, que si no era muy arisca se dejaba de buen grado.
Una vez la cabeza del cordero ya había salido, y sobre todo si la oveja había tenido que hacer muchos esfuerzos, resultaba el momento más delicado para la cría. Había que quitarle la telilla de la placenta del hocico para facilitarle la respiración, pues la madre aún no podía lamerlo para quitárselo ella. En este momento la oveja tenía tendencia a levantarse, algunas veces porque les parecía que ya habían parido, lamían donde habían roto aguas y hasta se desplazaban tratando de incorporarse al rebaño. Cuando se tumbaban nuevamente para terminar de parir, primero doblando las patas delanteras y después dejando caer la parte trasera de su cuerpo, había que tener mucho cuidado porque al tumbarse podía doblar la cabeza del cordero que colgaba y aplastarla provocando la asfixia de la cría.
Después todo era más fácil, aprovechando los momentos en que la oveja hacía fuerza para empujarlo hacia afuera, si tirabas muy levemente de las manos y la cabeza, con mucho cuidado para no hacerle ningún daño al corderillo, este terminaba de nacer en un pispás.
La madre, en cuanto terminaba de parirlo, se levantaba y comenzaba a lamer todo el cuerpo del recién nacido, comiéndose la placenta que le cubría, hasta dejarlo seco y limpio. Con la boca también se las arreglaba para cortar el cordón umbilical y cicatrizar, con la lengua, la pequeña hemorragia que se producía. Antes de terminar esta labor, el cordero ya estaba haciendo por levantarse y, después de los primero intentos trastabillándose y algunas caídas, en cuanto conseguía mantenerse de pie a duras penas, se agarraba a la tetilla de la ubre y en   pocos minutos ya estaba en condiciones de retozar, por lo menos de intentarlo.
Muchas más dificultades se presentaban cuando el cordero venía con las patas delanteras hacia atrás, que a la dificultad de sacar la cabeza le seguía otra dificultad mayor para conseguir que saliera el cuerpo, pues la parte del pecho, con esa postura, era más difícil de sacar. Una vez pasada esta dificultad, el resto era más fácil.
Aún había una postura mucho más complicada y que se presentaba muy raras veces, que a mi no se me llegó a dar el caso, pero a Manolo sí y era que el cordero viniera de culo. Manolo en alguna ocasión tuvo que valerse, con sus 15 ó 16 años, de “sus estudios de comadrona” y de su instinto y empeño en sacar adelante una cría de oveja, que a fin de cuentas era la renta por la que se trabajaba. La “técnica”, según me ha contado alguna vez, consistía en que, una vez que se observaba la postura del cordero, con la mano y  mucho tacto, hacer girar el cordero dentro de la barriga de la madre, hasta colocarlo en la buena posición.
 Había ovejas que después de parir presentaban más dificultades. Aunque eran muy pocos casos, algunas veces ocurría que la oveja, sobre todo si era primeriza, no tenía el instinto materno desarrollado y aborrecía al recién nacido. En estos casos había que quitar la placenta del recién nacido y sujetar la oveja para que el corderillo pudiera mamar de la ubre de su madre. Normalmente en pocos días se conseguía corregir esa anomalía en la conducta de la oveja y terminaba por buscar y amamantar ella sola a su cría.
En otras ocasiones, cuando ibas por la mañana al corral, te podías encontrar con que un cordero nacido esa noche estaba muerto. En estos casos y para aprovechar la leche de la oveja, le ponías a amamantar otro cordero de una oveja que hubiera tenido parto doble, que hubiera parido dos. Había veces en que la oveja llegaba a adoptarlo y terminaba buscándolo como si fuera el propio.
Después de estar todo el día pastando por el campo, cuando al anochecer llegabas con las ovejas al corral y soltabas los corderos para que los amamantaran, beee, baaa, beee, baaa (la letra siempre las mismas pero el tono era característico de cada individuo), nunca me he explicado como, entre más de un centenar de ovejas y más de un centenar de corderos, eran capaces de encontrarse, en un espacio de tiempo tan corto, “cada oveja con su pareja”

1 comentario:

  1. Precioso. Realmente precioso este relato. Me ha emocionado leerlo.
    Visto desde hoy, parece mentira que unos chavales pudieran tener ese nivel de responsabilidad.

    ResponderEliminar