Hola Padre, donde quiera que estés:
Ya va a hacer cuatro años que te fuiste (28-07-2007) y me acuerdo de ti con mucha frecuencia. Precisamente ahora estaba recordando algunos momentos de tus desvelos para conseguir lo mejor para nosotros, tus hijos.
Recuerdo como, siendo aún un crío, me llevabas contigo en las anochecidas cuando ibas a ayudarle al pastor, el José, para que las ovejas pudieran pastar por entre los sembrados que siempre había algo más pasto, pero que al ser zonas más estrecha, el pastor necesitaba ayuda y, a mi, me llevabas para que os siguiera con la mula del ramal y ya metida la noche nos montábamos en la mula y nos íbamos a casa.
En alguna ocasión hasta tuvimos algún percance con la mula, como aquel en la Cantera. Primero me montabas a mí y después montabas tú, pero en aquella ocasión la mula, la Lucera, “refunfuñó” y nos tiró a los dos. El cabreo que te cogiste fue morrocotudo y bien que se lo hiciste pagar a la Lucera. La cogiste corta del ramal, te montaste tú y, después, me diste la mano a mí para subirme; cuando ya estábamos los dos montados y bien seguros, le atizaste unos ramalazos a la pobre mula y la llevaste al galope tendido hasta el pueblo. Yo iba, mitad disfrutando como un enano, mitad acongojado por si nos volvía a tirar. Después, cuando tenía algún año más, practiqué esto del galope con el macho, que era mucho más noble. Incluso lo galopaba a pelo, sin ninguna montura. Cosa que resultaba de todo punto imposible hacerlo con la Riojana, con la Catalana y, antes, con la Lucera.
Algún año después, cuando era un chaval, ya no necesitábamos pastor, el pastor era yo, y tu seguías con esa costumbre. No se de donde podías sacar fuerza para estar todo el día segando y después, dos o tres horas más, ayudándome. ¿Cuántas horas descansabas?. ¿Cinco?. ¿Cuatro?. No mucho más y, eso, a pesar de la operación de estómago que tenías.
Recuerdo, de un modo muy especial, una noche de verano que, después de una tormenta de mil demonios, yo había tenido que cerrar el rebaño en el corral, ir a cobijarme a otro corral, para evitar los riesgos del rayo, ¡que ya me tenías bien aleccionado!, soportar aquel infierno como buenamente pude, y pude por que no tenía otra escapatoria, durante, a mi me parecieron muchas horas, y, cuando escampó, a eso de las dos de la mañana, el alivio que sentí cuando oí las pisadas de la mula y tu voz llamándome para que no me asustara (¿más de lo que estaba?). Allí estabas tú una vez más para comprobar que yo estaba bien y, al mismo tiempo, darme ánimos.
También recuerdo una vez que me llevaste a la Toba, a por unas ovejas que habías comprado. Íbamos en mula, que era nuestro habitual medio de transporte y pasamos por Jadraque al medio día. Paramos a comer en el restaurante “Cuatro Caminos”, aún existe, eso que esto que estoy contando hace ya unos 52 años, nos comimos una perdiz estofada que a mi no se me ha olvidado, ni creo que se me olvidará en la vida. No se si por el hambre que tenía, pero aquello me pareció un manjar. ¡Qué buena estaba!.
Recuerdo otro hecho, cuanto menos curioso, pero que también me acongojaba, que me pasó un día gris de otoño. Estaban pastando las ovejas por el pico de la Cabeza y yo llevaba un rato observando, lo que a mi me parecía la aparición de una Virgen (hay que tener en cuenta que yo era un pastor y las vírgenes se aparecían siempre a un pastor. Es más: a un pastor niño y yo era un crío). Yo la estaba viendo en lo alto de un majano y de pronto quiso volar y al pasar por entre dos matas, antes de alcanzar altura, era tal la envergadura de una ala a la otra, que dio en la mata y cayó al suelo. Momento en el que apareciste tú, garrote en ristre, le diste un par de golpes certeros y la cazaste. Era una avutarda, o una grulla. Probablemente habría tenido algún percance en su viaje de emigración y tuvo que tomar tierra. Acabaste con el mito de las apariciones.
Y qué decir de esas noches que pasábamos desde Castejón a Sigüenza, llevando un rebaño de corderos, desde el atardecer del día, hasta el amanecer del siguiente. Mandayona, los cerrillares, La Cabrera… Normalmente, pasada La Cabrera, aprovechábamos unos corrales para descansar un pequeño rato. A primera hora de la mañana los entregábamos al destinatario, los Riosalido, en Sigüenza y, para volver, tomábamos el tren hasta Matillas.
En general, las penalidades pasadas por las noches, donde cualquier sombra se me antojaba un peligro y las penalidades pasadas con las tormentas, y no digamos si era tormenta y por la noche, me abrumaban hasta sentir una impotencia infinita. Qué insignificante era yo en la inmensidad de la noche, cuando un rayo abría el cielo y, enseñando las entrañas, lo partía en dos mitades y me cegaba la vista aquella instantánea y efímera luz, seguida de inmediato por un trueno que parecía que se venía abajo todo el firmamento.
Bueno, siempre que ha llovido ha escampado y el cielo se llenaba de estrellas para disfrutarlas, sobre todo yo, que tenía con ellas, incluso, alguna complicidad. Ellas, por ejemplo, me decían la hora: la posición y situación de la Osa Mayor (el carro), sobre todo. La Estrella Polar, que me indicaba el Norte; la Osa Menor; Las Tres Marías; las Siete Cabrillas (las Pléyades); el Lucero del Alba, que cuando aparecía suponía una inmensa alegría y, poco después, como si alguien se hubiera dejado entreabierta una puerta, por el Este (levante), asomaba, primero una raya de luz muy tenue, marcando el horizonte, momento en el que comenzaba el ajetreo de los pájaros más madrugadores, y poco después aparecía S. M. EL SOL. Ya es un nuevo día.
Hoy en día, donde la palabra esfuerzo se encuentra en peligro de extinción, donde trabajar significa realizar el mínimo esfuerzo con la exigencia de la máxima retribución; leer como unos recuerdos de tiempos pasados, donde como niños trabajabais de sol a sol, donde quedabais solos en el monte a merced de la noche y sus temores, resulta cuando menos merecedor de agradecimiento.
ResponderEliminarEse mismo, agradecimiento y orgullo que sin duda alguna, tendría la persona a la que dedicas esas líneas. Se suele decir, que tiempos pasados fueron mejor; en algunos aspectos sin duda fueron muchísimo peor, como fueron los vuestros en los que no tuvisteis niñez.
A cambio, a la mayoría de los que vivisteis aquellos tiempos, ese duro día a día, forjó personas con una gran personalidad, fuerza y dedicación a los suyos; y que sin dudarlo han dado todo para que su descendencia no pasara las penurias que ellos pasaron. Lo cuál, también nosotros os agradecemos.