sábado, 24 de marzo de 2012

Cuando se construyó la carretera ... en Castejón de Henares

Yo era un niño cuando se construyó la carretera del pueblo para arriba. No lo recuerdo con total nitidez, o mejor dicho, lo recuerdo con muchas lagunas, creo que lo único que se me quedó fueron algunos detalles y anécdotas.
En dos largas filas, a los lados de la carretera ya marcada, hecho el firme, casi sin solución de continuidad, se habían descargado las piedras, gordas, que después los picapedreros fueron machacando con unos martillos que no eran muy grandes pero tenían unas varas muy largas que se mimbreaban al levantar para golpear sobre las piedras.
Muchos picapedreros y muchos días picando piedra hasta conseguir un manto para toda la carretera, después se cubría el manto de piedra con un manto de graba y se compactaba echándole agua desde unas cubas y pasando repetidamente la apisonadora. Así se quedó durante muchos años, sin alquitranar, pero ya no había que subir y bajar con el carro por el camino de Argecilla y pasar las penurias que hombres y mulas sufrían para subir y, más aún, para bajar con carga.
Como el vehículo más habitual que circulaba por esta carretera era el carro, en los inviernos muy lluviosos se hacían unos hoyos de mil demonios, que después, en primavera, los camineros tenían que reparar. Desde el pueblo para abajo si que había algo más transito de vehículos con motor y era un tramo que siempre estaba algo mejor por que se cuidaba más, aunque las lluvias muy persistentes solían marcarla longitudinal y transversalmente.
En este último tramo es donde, en las bajadas con la bicicleta, nos lazábamos a tumba abierta (más de uno lo pagó con algún “arrastrón” – esta palabra no aparece en el diccionario de la RAE). Las subidas se convertían en un infierno; si venías, por ejemplo, de excavar de la Estacada (que fino me ha quedado. Se decía “Estacá”) te resultaba prácticamente imposible subir los dos kilómetros dando pedales y había muchos trozos que tenías que echar pie a tierra y tirar de la bicicleta.
Volviendo a la construcción de la carretera: la curva del pico del Chaparro es la que concentra mayor número de anécdotas. En esta zona es donde, en las faenas de la construcción, se despeñó el carro con la yegua (creo que era del capataz) y dio unas cuantas volteretas la cuesta abajo.
Años más tarde, en esta misma curva del Chaparro, tuvimos un percance Gerardo y yo, que pudo ser muy grave, pero que quedó prácticamente en algo anecdótico. Lo cuento: Subíamos con el tractor y el remolque cargado de estiércol, enganchado únicamente con el pasador del enganche rígido (ya no se ni como se llama), sin las cadenas auxiliares y obligatorias; yo subía montado en el asiento del remolque,  el tractorista era Gerardo, cuando habíamos iniciando la curva hacia la izquierda, estábamos situados justamente en perpendicular a la caída hacia las eras, se desenganchó el remolque e inició su marcha atrás, cuesta abajo, hacia el precipicio. Los dos nos dimos cuenta de que se había desenganchado en el preciso momento en que ocurría. Gerardo gritó “pon el freno”, pero, para entonces, yo ya no estaba en el remolque, había saltado como un resorte. Gracias a que como el giro estaba doblado hacia la izquierda, la parte trasera del remolque, al ir hacia atrás, giró también hacia el lado de adentro (la derecha en el sentido de la marcha hacia atrás) y terminó sobre la cuneta del lado contrario al terraplén. No pasó nada, pero el momento en que vimos que el remolque se había desenganchado e iniciaba su marcha hacia el vacío fue tremendo.
Después, cuando se estaba luchando para que el coche de línea que hacia el recorrido desde Guadalajara, creo que hasta Argecilla, pasara por Castejón y llegara hasta Mandayona y, al parecer, no había forma de que concedieran el permiso. Una tarde, después de un fuerte temporal de agua, que hizo que hubiera desprendimientos, y a pesar de haber avisado a Argecilla de que la carretera estaba cortada, se presentó, parece que sin autorización, el coche de línea y después de tener que limpiar la carretera de algunas piedras por arrastre al iniciar la bajada, llegaron a esta zona de debajo del Chaparro y se encontraron con un pedrusco bastante gordo que no permitía el paso de vehículos. Los viajeros, no muchos, salieron del autocar y a voces pidieron que subieran del pueblo para poder quitar la piedra que entorpecía el paso. Entre estos viajeros había un Guardia Civil, vestido de uniforme pero fuera de servicio, que parece que sacó pecho y vociferó que si no había autoridad. Subieron el Alcalde (mi padre) con algún concejal y algún otro hombre y después de retirar la piedra y dejar el paso expedito, hicieron que el autobús bajara detrás de ellos, que ocupaban el centro de la carretera y cuando llegaron al pueblo, al conductor y al Guardia Civil, que había faltado al respeto a las autoridades municipales, los llevaron a la secretaría y les “llamaron al orden”, o “les cantaron las cuarenta en bastos”, casi “na”. Algún tiempo después este mismo Guardia Civil fue destinado a Mandayona, aún siendo Alcalde mi padre y cuando fue de servicio la primera vez a Castejón parece que pidió algún tipo de disculpas.
Unos años aún más tarde, en esta curva es donde nos sisaron El Chaparro (que por cierto daba nombre al pico, pero no por eso se ha dejado de llamar “El Pico del Chaparro”, su nombre). Un fallo, este, quizás de todos, pero más atribuible a las autoridades. Aunque probablemente la Diputación se sentía propietaria del CHAPARRO; seguro que milenario. Un símbolo del pueblo tan característico y querido como éste, habría merecido dar la cara en su defensa, incluso habérsela partido a alguien o que se la partieran a uno. ¡Tanto macho en Castejón y luego se nos llevan las mejores! Seguro que estaríamos bebiendo en las bodegas.
Respecto de este asunto, el Chaparro, hace ya muchos años le oí a “Juanito” Anubla una poesía que, recitada por él, me resultó muy entrañable. ¡Buen rapsoda, Juan!. No tengo muchas ocasiones de verlo, pero si le veo este próximo verano y está bien de salud, me gustaría poderla copiar. Quizás la tenga escrita, no se; el o su hijo Serafín.

Juan Anubla es como un libro abierto contando anécdotas. Espero que Serafín sea el transmisor de todas  sus vivencias. Bueno, de todas, todas; todas las que sean contables a un hijo.

2 comentarios:

  1. En algún lugar de mi casa está el libro de poemas de Juan Anubla, si lo encuentro te mandare el del chaparro.
    Cuando murió tu padre, Manolo me dio unos poemas escritos por él. Ahora tampoco los encuentro,( los años hacen perder la memoria), pero creo que uno era sobre el chaparro o sobre el chopo....

    ¡¡¡Malditas palabras que hay que escribir y que yo nunca entiendo!!!

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  2. Angelines, no sufras por lo de la cabeza. Eso no hay quien lo pueda evitar.
    Respecto a lo que te dió Manolo, de mi padre, lo tengo yo también y es sobre el chopo.
    Si, tengo mucho interés en lo de Juan Anubla. Cuando puedas me lo mandas.

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