miércoles, 27 de julio de 2011

MIS MIEDOS NOCTURNOS

Noche de luna llena.
Cuanto miedo he pasado cuidando las ovejas en las noches del verano. Sombras sospechosas, que se me antojaban un peligro para mi juvenil y débil mentalidad, formada  a base de historias siniestras, riesgos y peligros que acechan en cualquier momento y lugar. En la oscuridad, se dice, todos los gatos son pardos.
Aquella noche había una luna llena espléndida y hacía un aire de levante muy fuerte. Al haber tanta claridad y tampoco pasto, las ovejas pastaban hasta casi el alba. Tenía que cuidar que no se metieran mucho en el término de Almadrones que, al ser robledal, tenían tendencia. Era tan escaso el pasto en el mes de Agosto, que el matorral de robles suponía una tentación para que el ganado saciara el hambre.
Ya me habían comprado una armónica que me proporcionaba un entretenimiento para disipar el sueño en las monótonas, largas y solitarias horas nocturnas y aquella noche la iba tocando (bueno, haciéndola sonar).
 En toda la noche no había oído a ningún otro rebaño y, por lo tanto, aparentemente, estaba yo solo en la inmensidad de la noche; si a caso se alcanzaba a oír, en algunos momentos, el ruido de los camiones nocturnos por la N-II.  
De pronto, estando en un amplio claro del monte y a muy poca distancia, veo que una persona sale de una mata y, al darse cuenta de mi presencia en el claro, rectifica y, volviendo sobre sus pasos, se esconde nuevamente en la misma mata. Me dio un vuelco el estómago que por muy poco no lo eché por la boca. Me flojearon las piernas. ¿Qué hago?. Creo que mi primera intención fue tirar la manta y el morral y salir corriendo a llamar a mi padre. Pero era media noche, en el centro del monte y a unos 5 kilómetros del pueblo, no parecía que la idea fuera la más acertada; aun que, creo que quien quiera que fuera, corriendo, lo iba a tener difícil para echarme mano. Además, suponía abandonar el rebaño. Pero, es que muy poco podía hacer yo. ¿Qué es esto?. ¿Qué esta pasando?.  ¿Alguien pretendía robarme algún cordero?. Malo. Ya lo había descubierto y ahora peligraba yo para que no lo pudiera identificar. Mi mente se había revuelto de tal forma que no había manera de que aflorara ningún pensamiento tranquilizador. Entonces, como no había otra salida, pensé que tenía dos posibilidades: Primera, ponerme a llorar; segunda, jugar a ser hombre, si podía. Como no tenía otra y en plan tío, grité.
-¿Quién está ahí?. –Apenas pude terminar la frase. Casi me salió un sollozo.
Sin contestación. Quien fuera aún quería poner la situación más tensa. Aún le parecía poco mi sufrimiento.
El segundo grito, repitiendo la frase, ya salió más completo; más de hombre. Me había afianzado. Ya me había jugado todas las cartas y era cuestión de mantenerse lo más firme que pudiera.
-¿Quién está ahí?.
Ni ¡muuu!.
Me invadió un sudor frío por todo el cuerpo. Encima tenía que ser yo quien provocara que aquel tío, o lo que fuera, saliera del escondrijo de la mata. No me podía meter debajo de la tierra. Un crío de 16 años a merced de todos los males del mundo.
La tercera vez y mientras me agachaba para coger una piedra, dije en voz alta.
-Verás si sale.
Efectivamente, salió. Rápido. Antes de que le tirara la piedra.
-Quieto, hombre, quieto. Que soy yo-. Dijo.
No me cague en …,  pero lo pensé.
El Boni, que me había estado oyendo toda la noche y que tantas veces me había sentido seguro por estar cerca de él, pretendió gastarme una broma y casi acaba conmigo.
Por otro lado, en aquel momento me di cuenta de que por muy débil que se sea, cuando no tienes otra escapatoria, las reacciones de la mente, suelen ser bastante imprevisibles. O bastante lógicas, según se mire.
Su rebaño estaba muy cerca del mío, pero como el aire venía del lado opuesto, yo a el no le oía, aunque el a mi me había estado oyendo en todo momento y se le ocurrió esta ¿broma?. Estoy seguro que si él sabe lo mal que lo pasé, no lo hubiera hecho.
Después de que se aclaran todas estas cosas, las ves tan lógicas, que hasta te cabréa haberte dejado llevar por los  pensamientos más absurdos. Pero la debilidad mental siempre es lo primero que termina por imponerse ante lo desconocido.
                                                                                                                                                                                                                                                    

Otro susto.
Otro buen susto me lleve un día (una noche) que había estado el rebaño pastando por los barbechos de las cabezuelas y cuando se metió la luna, allá cerca de las 2 de la mañana, “empujé” un poco el rebaño por los yermos de los picos y en cuanto llegaron al monte, ya sin claridad, se tumbaron.
Yo tenía la costumbre, cuando se tumbaban, de meterme entre las ovejas y también me echaba un sueño, apoyando la cabeza en alguna de las ovejas menos ariscas y, de este modo, cuando se levantaban, siempre me despertaban.
No llevaba mucho tiempo tumbado cuando el rebaño dio un respingo y, aun que no las conté, creo que pasaron todas por encima de mi. Algunas dos veces. Me patearon lo indecible y aquello no se terminaba nunca. Fue tal el susto del rebaño, que llegaron a la borde de los picos y se echaron a las viñas. Yo oía los cencerros de las ovejas corriendo la cuesta abajo (alguna debió de despeñarse por los riscos), pero yo poco podía hacer. Cuando terminaron de patearme y pude sacar la cabeza de la manta con la que me protegía del relente, allí, entre el monte, junto a la senda, a escasamente dos metros de mi, desde el suelo miré hacia arriba y pude ver la silueta de dos mulas que, vistas desde abajo, parecían enormes, como dos dragones y más arriba aún las orejas. ¡Madre mía!. Menos mal que no había nadie montado sobre ninguna de ellas, hubiera sido mi final. No obstante mi mente hizo un recorrido rápido por los vericuetos del pensamiento más nefasto: seguro que habrían sido robadas y, los ladrones, sin quererlo, se habían encontrado conmigo, por lo tanto había un peligro latente y…, al moverme en el suelo, las mulas se asustaron y se volvieron al galope.
Me puse de pie, respiré hondo, muy hondo, necesitaba mucho oxígeno, casi me tragué todo el aire de la Alcarria y como no había mucho tiempo que perder con las ovejas cerca de las viñas, retrocedí hasta el barranco Cimate para poder bajar a buscarlas, pero cuando llegué abajo ya habían dañado un centeno sin segar que había a media cuesta, muy cerca de las viñas de Valdepedro.

1 comentario:

  1. Tío, me ha encantado leer estas historias. La verdad que admiro este tipo de trabajos porque yo no hubiera podido hacerlo...que miedo!

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