Para mí, y algunos más de mi edad
(dos o tres años más, dos o tres años menos), Don Víctor ejerció más de maestro
de escuela que de padre espiritual (un poco cursi quedan estas últimas
palabras), también podría cambiar lo de “padre espiritual” por “cura”, que a
fin de cuentas es lo que era. Por aquellos años: “señor cura”
¡Eran tantas las carencias de
maestro! A uno le daban la plaza en titularidad, pero si le venía mal buscaba
un sustituto interino (a estas cosas, sin tanto eufemismo, se le llamaba
provisional), y mientras tanto allí estaba Don Víctor para hacer la suplencia.
Cuando al interino le asignaban una plaza fija, se marchaba y allí estaba don
Víctor para hacer las suplencias. Yo creo que le gustaba.
También hizo suplencias Don
Mateo, el secretario del Ayuntamiento. “Qué escusas ni que niños muertos”,
decía.
Pero centrémonos con el señor cura
(se le llamaba así, ¿o no?). En la escuela eran memorables aquellos
semicírculos en derredor de la mesa del “profe” para preguntar la lección de
cada día. La colocación ya estaba establecida: a la izquierda se colocaban los
más atrasados, o más perezosos a la hora de estudiar, de tal modo que a la derecha quedaban los más
avanzados de la clase.
El hacía la pregunta al último de
la fila, si no se sabía la contestación, en principio, no pasaba nada grave
(aunque alguna vez también se levantaba de la mesa para “cogotear” a algunos);
pasaba la pregunta al anterior y así hasta llegar al primero de la clase. Los
primeros que recuerdo yo que ocuparan estos puestos, eran los dos Manolos: Piña
y García. Yo no tengo recuerdos de que a estos les atizara mucho con la regla, hombre,
ya eran mayorcitos, aunque supongo que algo caería. Yo lo que recuerdo, ¡que si
lo recuerdo!, es cuando me tocó estar en esos puestos. Junto con Pedro Santana,
nos llevamos algunas raciones. Los primos Vaquerizo (Antonios) también llevaron
lo suyo. El “Ofito” (que en Paz descanse), el Fernando. No, si no creo que se
librara ninguno.
Este hombre (aunque cura) tenía
gran imaginación para crear una variedad de recursos para atizar. A Pedro y a
mí, nos cogía de los pelos y nos daba cogotazos uno contra el otro (pobres
piojos); pero algunos días, se ve que estaba más inspirado, nos hacía poner los
dedos de las manos juntos hacia arriba y nos arreaba ¡cada reglazo en la punta
de los dedos!, la madre … Otras veces la inspiración, no sé si Divina, la
demostraba dando con el borde de la regla en el cogote; o directamente, de
arriba abajo en las orejas. Su máxima era “La letra con sangre entra”.
En la Iglesia no era muy
distinto, aunque parece que se suavizaba algo. Ahí yo creo que nos tenía de
monaguillos a casi todos.
El golpe más memorable de
autoridad creo que lo dio el día de Santiago, 25 de Julio. Sabido es que desde
finales de Junio, cuando se iniciaba la siega y hasta que se terminaban las
labores de recolección, Finales de Agosto o primeros de Septiembre, la misa de
los Domingos, a la que era obligatorio asistir, la celebraba a las 5 de la
madrugada (seguro que muchos días pillaríamos dormido al Altísimo), y a esa
hora es muy duro levantarse cuando te has acostado con los riñones desechos del
trabajo diario. Pero aquí se juntaba la devoción y la obligación, y para
ninguna de las dos cabía la más mínima escusa; pero algunos monaguillos
perezosos no habíamos cumplido ni con una ni con otra. Solo eran fiesta de no
trabajar dos días en todo el verano: Santiago Apóstol, el 25 de Julio y la
Purísima, el 15 de Agosto.
Bueno, pues cuando llegamos a
Misa, que este día de Santiago era a media mañana, a D. Víctor (el cura) le
faltó tiempo para echar de la sacristía, antes del inicio de la misa, a todos
los monaguillos que no les gustaba madrugar. Manolo dice que cuando él llegaba
nos estaba echando a los demás y él ya directamente se dio media vuelta. “Hasta
luego Lucas”.
La hostia más gorda me la dio a
mí en la sacristía. No aquel día de Santiago, no. Fue como consecuencia de un
chivatazo de una niña, poniendo en mi boca algo que yo no había dicho. Pero
como a este cura lo caracterizaba la ecuanimidad y el equilibrio, pues primero me
la atizó y, después …, va, ya para qué
iba a preguntar. Yo me quedé con el “hostión” aquel. Bueno, sí. Cuando terminó
la catequesis yo salí como un tiro, me escondí en una esquina y me desquité (en
lo que me dejaron) cuando pasaba la susodicha. Tampoco nada de mucha
importancia. Alguna torta y algún tirón de pelo.
Lo bueno de todo esto es que yo
no le podía decir a mi padre que me había pegado el cura, por miedo, no a que
me pegara él, pero sí a que me castigara de algún modo, que a lo mejor dolía
más.
Junto con Enrique, algunas
“perrillas” sí que le sisaríamos de los cepillos, y más de un trago de vino de
las vinajeras. ¡Qué bueno estaba! Y como era consagrado no nos hacía daño. Por
ayudar a misa nos daba un Real (para los no enterados: 25 céntimos de peseta)
que estaba muy bien pagado. Estoy hablando de los años 50. Claro, claro, es
que ya son muchos años.
Quizás me esté pasando pelín al
tratar estas cosas con alguna ligereza. Pido disculpas si alguien se puede
sentir ofendido.
Recuerdo otra anécdota, esta es
de otra índole. Yo empecé a ayudar a misa con muy pocos años y, además, era pelín
canijo. El Misal que tenía en las misas estaba tan viejo, tan gastado, que
todas la hojas las tenía sueltas. Yo a duras penas llegaba a lo alto del altar
y el misal había que cambiarlo de lugar dos veces en el transcurso de la misa,
formaba parte del guion. Sacarlo hasta el borde del altar y cogerlo aún era
capaz, lo malo era subirlo a pulso hasta encima del altar y dejarlo
decorosamente. Bueno, pues en uno de estos cambios, cuando lo fui a subir a lo
alto del altar, se me cayó, formando una verdadera “parva”. No, no hubo
castigo. Lo malo es que era una misa funeral. Por esos años no creo que se
llamara “de cuerpo presente”, la misa era al día siguiente del entierro. Para
el entierro, el cura iba desde la Iglesia con la Cruz, a la casa del difunto y
desde allí la comitiva partía directamente al cementerio. El otro monaguillo,
ya sabéis que esto era por parejas, era un seminarista: Ricardo Vaquerizo.
Tengo que decir que D. Víctor
también me dio de las otras hostias, sin consagrar; más bien recortes de
hostias, y esto era como premio cuando me tomaba clases del “catón” ¡en latín!
Pange Lingua Gloriosi.
Miserere Mei Deus.
-Dominus vobiscum- -Et cum
spiritu tuo-
Amén
ALGUN TIRON DE COLETAS ME TOCO A MI TAMBIEN.
ResponderEliminarSI,SI QUE ME ACUERDO DE DON VICTOR.