sábado, 28 de agosto de 2010

La rubia: esa perra de caza

El de la foto es PIPO (con permiso
 de mi amiga Anuska)
La Rubia era del mismo color
pero tenía el pelo más corto
¡Qué faena!. La Rubia

La Rubia era una perra de la raza “sin”. Esto es: no pertenecía a ningún prototipo de raza: ni de caza, ni de no caza; que eran las dos razas que yo conocía. Pero es que, además, no tenía raza. ¿Cómo explicarlo?. Bueno, en dos palabras, no tenía. Si, era una perra que comía, bebía; por tanto cagaba y meaba, pero ahí se acababan sus necesidades. Yo creo que no ladró en su vida. Era hija de la Furia, que ésta si, esta era pointer irlandés, pero solo tenía eso.
La Rubia murió de vieja, o casi de vieja; porque quiero recordar que murió un poco antes. Esta perra hizo dos cosas importantes en su vida. Una, la segunda, cuando ya era casi vieja, fue morderme a mí, a su amo, que era quién le daba de comer y de beber. Ya estaba bastante “chocha” y al abrir la puerta de donde ella estaba dormida, creo que se asustó al abrir de improviso y “pensó”: vienen a por mí y no lo "pensó" y me mordió en una pierna. El animal se arrepintió casi antes de darme el mordisco y, como se temió lo peor, salió corriendo a refugiarse. El refugio no le libró de un par de puntapiés. Pero esto no lo digáis porque me pueden buscar las cosquillas.
La otra cosa que hizo, la primera, fue un día que estábamos cazando por “los quemados”. Se ojeaba sobre la linde de Mirabueno y a mí, alguien que entendía de esto, léase mi hermano Gerardo, me ordenó que me quedara cerca de la pista por si, al inicio del ojeo, algún conejo se arrancaba hacia atrás, buscando los vivares.
Cuando los ojeadores ya habían avanzado un buen tramo, por cierto sin que ningún conejo se volviera hacia los vivares; mejor dicho: sin que ningún conejo se arrancara; seguro que por que no los había, yo inicié la marcha por la orilla del monte, sobre Navalengua. Me acompañaba la Rubia y el Branko (el nombre se lo pusieron mis hijos y parece que correspondía a un jugador de fútbol de la Real Sociedad de San Sebastián). Éste era un cachorro de unos tres o cuatro meses y éste si que tenía raza: Braco Alemán.
En un esquinazo de monte se arrancó una liebre y, sin duda porque había oído las voces de los ojeadores por el interior del monte, se arrancó saliendo a los barbechos de la nava. El primer disparo me falló. Hice un segundo intento con el mismo gatillo y volvió a fallar, lo que hizo que me pusiera muy nervioso por que la liebre, cuando le disparé el “caño” izquierdo, ya estaba a una considerable distancia. La seguían los dos perros. El Branko se dio cuenta enseguida de que aquello no iba con él; pero la Rubia, ¡ay la Rubia!, erre que erre. La liebre atravesó toda la nava seguida por la Rubia. La liebre llegó al monte de “la señorita” y se metió en el espesar. La Rubia también llegó al monte y también se metió siguiendo a la liebre. Adiós liebre, adiós. Pensé que después ojearíamos ese monte hacia la “Cruz del Mortero” y seguro que allí le daríamos “pal” pelo.
Cuando abrí la escopeta resultó que el cañón derecho lo tenía con el cartucho vacío. Justamente, al terminar el ojeo anterior, yo había matado una liebre cuando la perseguían todos los perros y me apresuré a quitársela de la boca rápidamente para que no la destrozaran, ya que se peleaban por ella. Entre contar, por unos, de donde había salido y yo cómo la había matado (todo esto es imprescindible después de una faena así, tanto si cazas la pieza como si ésta se escapa), y entre unas cosas y otras, se me olvidó lo fundamental: cargar la escopeta de inmediato por lo que pueda pasar. Por que “donde menos te lo esperas salta la liebre”.
Bueno, solo faltaba esperar a que la Rubia se diera cuenta de que pretendía algo imposible y se volviera a buscar a su amo, que era lo suyo. Efectivamente, unos minutos más tarde la vi salir del monte, corriendo al trote y dirigiéndose hacia donde yo estaba esperando.
En la distancia observé que el pelo del pecho de la perra era muy blanco y me extrañó que no hubiera reparado nunca en este detalle. Cuando la perra se fue acercando un poco más me di cuenta de que lo que blanqueaba era la panza de la liebre que la perra traía en la boca, cogida por el lomo. ¡Qué faena la de la Rubia!. Vamos, ni Curro Romero en sus mejores tardes. ¡Qué le diría al animal que la liebre iba “tocada”!. Con la cabeza levantada, para que la liebre no le molestara demasiado en sus patas delanteras, muy orgullosa ella, llegó hasta donde yo estaba y me la dio. Creo recordar que le di un beso en los morros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario