viernes, 3 de septiembre de 2010

El jabalí

jabato
Fotografía de mi producción
Rayón o Jabato
Fotografiado en EL PARDO
(Madrid)
Un lance de caza. El jabalí.

Creo que era por el mes de Octubre, seguramente uno de los primeros domingos de la temporada. Un día despejado y algo caluroso para la época del año.
Ojeamos en el monte de Almadrones. Los ojeadores entraron desde la nava de los Caballeros, en dirección Oeste, hacia el camino Almadrones y las escopetas nos habíamos colocado en perpendicular a la linde de los dos términos, frente al Cerro Tejedal y teníamos por delante una zona de jaras y robles que, por lo menos donde yo estaba, permitía ver a mucha distancia.
La mañana estaba soleada y el viento “picaba” del Este, por lo que a muy poco tiempo de que los ojeadores iniciaran el vocerío ya se empezaron a oír los ladridos de un perro, que por ser de mis primos, yo conocí enseguida. Era un pastor alemán bastante acostumbrado a la lucha con el jabalí.
Yo era la primera escopeta por la izquierda y estaba colocado muy cerca de la linde de los dos términos. Transcurridos los primeros instantes y puesto que persistían los ladridos siempre en línea perpendicular a mí, entendí que podía tener suerte. Efectivamente, poco después pude ver el cochino, saltando por las jaras y esquivando algún matorral de roble, seguido por el perro, en lo que parecía haber un acuerdo. Ni el jabalí corría demasiado, ni el perro acortaba la distancia entre ambos; diríamos que los dos se conformaban con aquella situación.
Puesto que la visibilidad me lo permitía y el jabalí corría, más o menos, en línea recta a donde yo estaba cubierto con una mata de mediana altura, me recreaba apuntándole, mientras se me hacía la boca agua. Cuando lo tenía a una distancia de unos treinta metros, el bicho giró ligeramente hacia su izquierda, dejándome al descubierto su ijar derecho. Digamos que “se me puso a huevo”. Aún le seguí durante unos instantes con el punto de mira puesto en la parte que su pata delantera derecha dejaba al descubierto en sus largos saltos. Como es lógico suponer yo me había preparado “a conciencia”: bala en el cañón derecho y cartucho, con perdigón de quinta, en el izquierdo. ¡Qué momento!. Estaba a punto de matar mi primer jabalí y aquello no lo podía compartir con nadie. Yo solo. Ni el jabalí, ni el perro podían “imaginar” lo que estaba a punto de suceder. Antes, solamente se había matado un jabalí en Castejón, cuyo honor correspondía a Ángel Adán.
Bueno, llegó el momento de la verdad; faltaba muy poco para que el bicho se cubriera con el matorral y desapareciera de mi vista. Pero no. En uno de los saltos del jabalí y con todo medido al milímetro; nada había quedado al azahar, por algo llevaba “tropecientos” minutos apuntando, un ligero tirón del gatillo y el monte, ¡todo el monte!, se llenó, hasta las entrañas, del zumbido del disparo. El monte se llenó del zumbido del disparo, pero el jabalí siguió corriendo como si aquello no fuera con él. ¡Me cago en su padre!. Ni un extraño en su carrera. Si, un extraño si. Al disparo, el bicho aumentó la velocidad de su carrera. Estaba claro que no le había “tocado”. Lo busqué por detrás de las primeras matas y le disparé el segundo tiro, sin apuntar, pero seguro de que lo alcanzaría, ¡su … madre!, ¿pues no me había dejado en cuadro?. Pero, ¿cómo había que apuntar para matar un jabalí?. Me preguntaba ¿qué es lo que no he hecho bien?. Las ideas se me agolpaban en la mente hecha un revoltijo. No era capaz de explicarme que es lo que había pasado. Juraba en “arameo”. Me resistía a admitir lo evidente. Seguramente, aunque a mí no me había parecido que le diera, el bicho caería muerto poco más adelante.
Estaba en estas disquisiciones cuando corrió una ligerísima brisa y un roble, de tronco con un grosor aproximado al de mi muñeca, se inclinó, cual genuflexión de respeto o agradecimiento al ligero viento y cayó al suelo, dejando al descubierto un trozo de su tronco de unos cincuenta centímetro.
Si le apunto al tronco del roble no le había dado, pero le disparé al jabalí cuando el roble se interpuso en la trayectoria de la bala.¡Qué buena sintonía entre las distintas especies de flora y fauna!. Un roble había dado su vida por salvar la de un jabalí, dejándome a mi cara de …
Aún quedaba lo peor. Soportar a toda la cuadrilla cuando se terminara el ojeo. Una bronca de cada uno, según iban llegando dispuestos a ayudar para cargar con el bicho, y otra colectiva. Creo que hasta mi padre me riñó. Cuando les mostré el roble caído en el suelo y el tronco, sin una mínima astilla, alguno llegó a comprenderlo, pero para otros no era justificación suficiente.

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