Ayer
hizo dos meses que nos dejaste. Me parece una eternidad. Ya ves, casi
cincuenta años juntos, que ahora me parecen un “suspiro” y dos meses sin ti
que me parecen “toda una eternidad” y ¡esto ya no puede cambiar! Tengo que
ser yo el que me tengo que acostumbrar, porque las circunstancias ya no
volverán nunca a ser como antes.
Tengo
la necesidad de contarte algunas cosas, en relación contigo, que han ido
ocurriendo en estos dos meses.
Lo primero que se me ocurre es decirte que
hicimos una misa, en tu memoria, en la Iglesia de Nuestra Señora La Blanca,
en Canillejas. No fue una sorpresa para mí, pero te cuento que la Iglesia
estaba llena, y eso que "hacía una tarde de perros". Por solo contarte algunos de los que fueron a la Misa y que no
habían estado en tu despedida: los vecinos del portal de Sílfide (con alguna
sorpresa, que por ser muy íntima y que no nos atañe a nosotros, te lo contaré
por otros medios). Los Gutiérrez, que ya habían vuelto del viaje; los Casáñez,
Paco y su mujer; Mariano; la madre de "Chete" (ahora no me acuerdo como se llama); los Castro, que esta vez se vinieron desde Alicante,
Antolín ya me ha invitado a una corrida de toros y, al salir, nos estaba
esperando María Eugenia y tomamos una cerveza juntos. Quedamos en que otro
día me invitará, para antes de la corrida ir a comer juntos los tres. Juan y Beatriz fueron a misa en Denia. ¡Quién hubiera podido! ¿Verdad?
Junto
con María Eugenia estuvieron tus amigas del “grupo de los martes”, yo creo
que casi todas (bueno, a todas no las conozco), con el riesgo de dejarme
alguna sin nombrar: Paquita, Isabel, Lola y dos más de las que ahora no me
acuerdo de su nombre: una de ellas había estado en la comida, aquella comida que fue una
excepción, donde nos invitasteis a dos hombres: a Antolín y a mí. Otra, que
es de nuestro antiguo barrio, del bloque de Lola, es la que murió su marido
en un accidente de tráfico, me dijo que ya hacía 37 años, cuando llevaban
casados 7 años. Estuve hablando con ella un largo rato y me dijo que “estas
cosas” no se olvidan en toda la vida, y que ahora se marchaba del barrio
porque había comprado un piso por Móstoles (o Alcorcón), para estar cerca de
una hermana.
Estuvieron
las hijas de tu prima Puri; Carlos, con su chica, el hijo de tu prima Adela.
Repitieron muchos de los que ya habían estado con nosotros el primer día:
hermanos, primos, amigos, (los amigos de nuestros hijos volvieron a no
fallar), etc.; algunas compañeras del grupo de tai-chi, que se habían
enterado por mi hermana Pili.
Después
hicimos otra misa en tu pueblo, Olombrada. La hacen las de una Cofradía, o
Hermandad, a la que te tenía apuntada tú madre, y fueron tus amigas: Concha,
la vecina del pueblo; Fuencisla; Victoria; Dolores, la mujer de Ause, y tus primas Carmelina;
Pilar, que ya se apoya sobre un bastón; Leonor, de Fuentesauco, con su marido
Evencio; Puri, con dos de sus hijas (una es la que vive en Aguilar de Campoo).
También estuvo Dolores, la hija de Felisa. La vi bastante bien, aunque
apoyada en un andador; no la pude saludar en la Iglesia y fui a buscarla al
Centro de Mayores, donde se dan cita todas las tardes para echar la partida
de cartas. También estuvieron Charo y Jesús, tus primos, y no falló, una vez más, Empidia.
En
estos dos meses han pasado algunas cosas buenas: ha nacido tu nieta María,
guapísima. Ha venido a llenar un espacio en la familia, pero no puede suplir tu ausencia ¡Cuánto
podríamos dar por que la tuvieras en tus brazos! Meri la quiere con locura.
Hace unos días, cuando vino de alguna actividad extraescolar, su madre le
dijo que había vomitado un poco y Meri se molestó por qué, dijo, quería haber
visto lo que había vomitado María.
En
estos dos meses me ha dado tiempo a recordar algunas de nuestras vivencias;
algunas de ellas en esos largos viajes a otros continentes: Tailandia; Bali;
Santo Domingo, en el Caribe; Acapulco y México D. F., con escala en Monreal
¿Te acuerdas qué nevada había? y luego, nosotros, a bañarnos en Acapulco. También
por Europa: Inglaterra, cuando estaban tus primos; Francia, cuando me
quisieron robar en el metro; Bélgica, Holanda, Italia, Rumanía,
Checoeslovaquia, cuando aún era Checoeslovaquia, ¿Qué buena cerveza bebimos
en Praga? Grecia; Portugal, ¡qué bonito El Algarbe en el mes de febrero, con
los almendros en plena floración! ¿Te acuerdas? Otras veces, varias, a Lisboa. También por
el norte: Desde Braga a Espinho, Oporto, Viana do Castelo ¡Qué playa!. Eran los años
de la “Revolución de los Claveles” y teníamos “tropecientos” kilómetros de
playa para nosotros solos, con el camping separado de la playa por una duna. Y,
por cambiar de continente, Marruecos, Túnez.
Hace
unos pocos días me acordaba de aquellos domingos por la Sierra de Madrid,
sobre todo “La Pedriza”, la mayoría de las veces con Pili de compañera
(Carlos estaba haciendo la “mili” muy lejos; por lo menos en Tenerife). Las
subidas las hacíamos muy bien, aún éramos muy jóvenes, pero las bajadas de
Pili eran apoteósicas (no tenía frenos), eran por “aceleración progresiva”.
Tenía que correr yo para cazarla al vuelo y agarrada al extremo de un bastón
bajar frenándola. Qué atascos nos “tragábamos” para volver por las tardes
(Colmenar Viejo era interminable). Me acordaba que, para hacerlo más corto, me
decías que cantara en el coche. Te gustaban algunas rancheras mexicanas, El
Trío Los Panchos, con sus boleros; Manolo Escobar. Recuerdo una canción de
Pedro Infante que, cuando estábamos solos en el coche, me decías que te
cantara. Aún la recuerdo. El otro día la escuché acordándome de ti.
DEJA
QUE SALGA LA LUNA
Y
decía:
Deja
que salga la luna, deja que se meta el sol, deja que llegue la noche, para
que empiece nuestro amor.
Deja
que las estrellitas, me llenen de inspiración, para decirte cositas, muy
bonitas, corazón.
Yo
se que no hay en el mundo, amor como el que me das y sé que noche con noche, va
creciendo, más y más.
Y
sé que noche con noche, va creciendo más y más.
Cuando
estoy entre tus brazos, siempre me pregunto yo, ¿cuánto me debía el destino? que
contigo me pagó.
Por
eso es que ya mi vida, toda te la entrego a ti, tú que me distes un beso, lo
que nunca te pedí.
Yo
se que no hay en el mundo, ….
Me
decías que hacía muy bien los “falsetes”, yo los llamaría “gallos”.
Después,
Álvaro y Alfonso, se reían cuando poníamos estas canciones, sobre todo las
del Trío Los Panchos, en la casette del coche. Ellos lo que querían era rock
duro, (Heavy Metal) que a mí me ponía de los nervios, tanto ruido.
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